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18 de abril de 2024

El «colero», nuevo enemigo del pueblo cubano

La Habana, 11 ago (EFE).- En medio de una grave crisis económica, Cuba ha identificado al nuevo enemigo del pueblo: el «colero» que acapara y revende productos básicos de las tiendas estatales. Pero, ¿quiénes son estos personajes y hasta qué punto son culpables de la escasez generalizada en el país?

«La persona recorre la mayor cantidad de tiendas posible, normalmente acompañada del esposo y el hijo. Compran alimentos y productos de aseo y luego los revenden por unos pesos más», explica a Efe desde el anonimato la intermediaria de una colera que oferta pollo, salchichas, champú o pasta de dientes vía Facebook y WhatsApp.

Por la escasez de estos y otros bienes básicos hay racionamiento en los comercios cubanos: una bolsa de pollo, dos latas de tomate, tres tubos de picadillo, uno de pasta dental o dos jabones son el tope autorizado por compra y cliente tras esperar colas de entre varios minutos y dos o tres horas.

Si bien los coleros y revendedores existen desde hace décadas, esta difícil coyuntura los ha multiplicado y situado en el punto de mira del Gobierno y gran parte de la sociedad.

LA CALLE ES PARA LOS REVOLUCIONARIOS

«Te chupan el dinero que tú tienes. ¿Por qué una cosa que yo tengo en la tienda más barata tengo que comprárselo a ellos al doble, al triple o al cuádruple? Eso es un abuso», protesta Norma, una jubilada de 70 años del distrito habanero de Playa.

Norma apoya incondicionalmente la campaña del Gobierno, que en una operación sin precedentes ha sacado a la calle a un ejército de 22.081 personas divididas en 3.054 grupos para combatir a «coleros, revendedores y acaparadores», a quienes se sancionará con multas e incluso procesos judiciales.

En paralelo, el presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, señaló a quienes comercian con productos básicos como «parásitos», los acusó de enriquecerse a costa de los demás promoviendo la «indisciplina social, vulgaridad y chabacanería» y aseguró que erradicarlos es una demanda de la población.

«Actuaremos con firmeza porque la calle en Cuba es para los revolucionarios y para el pueblo trabajador», sentenció.

De hecho, en la calle la medida parece gozar de un amplio respaldo popular. No así en las redes sociales, donde algunos consideran que demonizar a un colectivo divide a la sociedad y que el contingente de 22.000 personas podría dedicarse a tareas más útiles como la producción de alimentos o la atención a población vulnerable.

MENOS COLAS PERO SIGUE LA ESCASEZ

Desde su inicio la pasada semana, la campaña contra los revendedores parece haber tenido éxito. «Hoy ya no veo esas personas en las esquinas con los bultos que se nota que han comprado varias veces», comenta este lunes Maylín, ama de casa. Otra mujer que regresa de la compra explica que los coleros «desaparecieron, porque están los policías todo el tiempo arriba de ellos».

Sin estos intermediarios ilícitos, además, las colas parecen haber disminuido en tamaño. ¿Significa esto que los cubanos podrán por fin adquirir productos básicos sin dificultades en los comercios estatales? Para Laura, ama de casa de 28 años, de momento no es así.

«Hay menos colas pero no hay ningún producto dentro de la tienda. Es que no hay nada. Por ejemplo hoy salí a buscar algunos productos de primera necesidad, de aseo, y no encontré absolutamente nada», explica a Efe, frustrada.

El economista cubano Ricardo Torres también se muestra pesimista: «el Gobierno está ante un reto imposible, yo no querría estar en sus zapatos. Por un lado tienes un reclamo justo de la gente, sobre todo de quienes tienen menos recursos, pero por otro lado tienes la realidad económica que las autoridades son incapaces de resolver a corto plazo».

¿POR QUÉ HAY REVENDEDORES?

Para Torres, la proliferación de los revendedores responde a varios factores.

El primero y la base de todo es la escasez: Cuba apenas produce el 20 % de los alimentos que demanda su población y ha de importar el resto, tarea harto difícil con una economía al borde de la quiebra lastrada por graves deficiencias estructurales, el endurecido embargo de Estados Unidos y ahora la pandemia de la COVID-19 que ha paralizado el turismo. Esto se traduce en estanterías vacías en los supermercados.

Debido al desabastecimiento y al control de los precios existe en Cuba, según el economista, una «inflación reprimida», ya que «la gente tiene dinero que no puede materializar en el mercado porque no hay suficientes bienes y servicios».

Así, indica, «existe un segmento de la población con ingresos superiores dispuesto a pagar un mayor precio para acceder a esos bienes y servicios», o lo que es lo mismo, hay quienes prefieren gastar más si con ello evitan las colas y el racionamiento, por lo que acuden a los intermediarios ilegales.

El experto menciona, por último, la ausencia de oportunidades laborales. En Cuba el salario medio de un trabajador estatal no alcanza los 50 dólares al mes, por lo que muchos recurren a la economía informal para salir adelante. Ser colero «es el empleo de alguna gente que no tiene alternativa de empleo», asegura.

A esto se suma el efecto de la pandemia: «todo el que tenía trabajo de calle o conectado con el turismo internacional lo perdió. Alguna de esa gente hoy son los coleros».

EL PECADO ORIGINAL

El presidente Díaz-Canel, por su parte, consideró una «mentira» que el desabastecimiento sea la causa de la proliferación de los revendedores, señaló que de cualquier modo «no justifica la ilegalidad» y llamó a la población a «promover la solidaridad y el comportamiento ético» en plena crisis.

Para el economista, sin embargo, señalar a los coleros como los nuevos enemigos es un planteamiento erróneo por «apelar a la sensibilidad social para atacar un fenómeno que es económico».

«¿Quieres acabar con los coleros? Inunda las tiendas de productos o sube los precios para adaptarlos al mercado. Pero en Cuba, primero, no puedes inundar las tiendas de productos porque no tienes con qué, y segundo, subir los precios sería una medida de alto costo político», argumenta.

Torres considera «lógica» la animadversión de la gente y el Gobierno hacia los revendedores, que al doblar el precio de los productos priva de ellos a cubanos de bajos ingresos.

«Pero tengamos cuidado con algo: el acceso no estaba garantizado a ningún precio porque el pecado original es que no hay para todos», sentencia.