Por Mary López y Jacqueline Netto.
Antes de que los conceptos de sostenibilidad y sustentabilidad cobrarán fuerza en los discursos globales, éstas ya eran prácticas cotidianas para las familias campesinas del Paraguay que se dedican a producir para el autoconsumo y en menor medida para la comercialización, respetando sus tierras, comunidades y alimentos.
En el corazón del campo paraguayo, la agricultura familiar campesina (AFC) sigue siendo una base fundamental del sistema productivo nacional. Según el Censo Agropecuario (CAN 2022), Paraguay cuenta con unas 259.188 fincas de agricultura familiar campesina, de las cuales 146.032 tienen menos de cinco hectáreas.
Esta actividad tan importante para miles de familias paraguayas logró avances importantes en los últimos años, gracias a la adopción de herramientas tecnológicas, buenas prácticas agropecuarias y procesos de tecnificación que permitieron mejorar los rendimientos.
Sin embargo, hasta la actualidad este segmento sigue enfrentando importantes desafíos, entre los que destacan principalmente el acceso a financiamiento y la falta de formalización del sector.
En este sentido, el propio Viceministerio de la Agricultura Familiar Campesina del Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG) reconoce que persisten barreras que restringen el acceso al crédito. Según el informe de rendición de cuentas del Crédito Agrícola de Habilitación (CAF) de diciembre de 2023, se otorgaron alrededor de 45.000 créditos al sector agropecuario a nivel nacional en el periodo 2023/2024.
Uno de los factores relevantes que limitan el acceso al crédito, de acuerdo a la cartera de Estado, es que las tasas de interés continúan siendo de mercado y no preferenciales, lo que dificulta aún más la inclusión financiera de los pequeños productores.
Por otro lado, factores como eventos climáticos extremos, ya sean sequía o inundaciones de acuerdo con la temporada, problemas de comercialización, deficiencias logísticas y en infraestructura vial, incremento del gasto familiar y altos costos de insumos e implementos agrícolas, también impactan de manera importante a este segmento.
A todo esto también se suma la dispersión de entidades que brindan asistencia a la agricultura campesina, muchas veces sin coordinación entre sí, y la reducción constante del presupuesto público destinado a este sector.
Otro punto importante también es que los programas del Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG) suelen ser puntuales y sin cobertura masiva. La escasez de mano de obra, agravada por el envejecimiento de los trabajadores rurales y la migración interna e internacional, también es un desafío creciente.
De esta manera, se evidencian los riesgos que enfrentan las unidades productivas campesinas que son múltiples y están interconectados. Desde la inseguridad sobre la tenencia de la tierra, pasando por los problemas en la producción y comercialización, hasta el endeudamiento, la pobreza estructural y los impactos crecientes del cambio climático.
Sin embargo, a pesar de esta realidad, los pequeños agricultores desarrollaron estrategias de resiliencia que les permiten sobrevivir en un entorno incierto. Algunas de ellas son la diversificación productiva, el escalonamiento de cultivos, el uso de prácticas culturales adaptadas al clima, el trabajo solidario, el ahorro comunitario y la realización de actividades temporales, son algunos ejemplos.
RESPUESTA PRÁCTICA
Una prueba de esto son los resultados del Programa de Agricultura Sostenible con Biotecnología (PASB), iniciativa del Instituto de Biotecnología Agrícola (INBIO) en Paraguay, que busca integrar la biotecnología en la agricultura de manera sostenible, y que viene marcando una diferencia en comunidades como Liberación, departamento de San Pedro y San Joaquín, departamento de Caaguazú.
El punto de partida es el suelo, la cobertura vegetal como estrategia para preservar la humedad, reducir la temperatura del suelo y proteger la vida microbiana. Las diferencias entre una agricultura convencional y una conservacionista se evidencian en los resultados de campo, que mediante una siembra directa y buena cobertura, los cultivos no solo sobreviven mejor en condiciones adversas, sino que también generan mejores márgenes económicos para las familias.
Leonardo “Checho” Montanía, agricultor del departamento de San Pedro, es uno de los que adoptó estas prácticas y decidió diversificar en sus 4,5 hectáreas cultivables con cultivos como sésamo, mandioca, maní, poroto, soja y maíz.
El sésamo, sembrado en cuatro ventanas distintas, llegó incluso a una tercera siembra en algunas parcelas, logrando rendimientos promedio de 650 kg/ha. En el caso del maíz, la cobertura del suelo fue esencial para completar el ciclo, ya que parte de la cosecha fue vendida como choclo y el resto se destinó principalmente a la alimentación animal.
Por su parte, el poroto, asociado al maíz en etapa V10, también mostró buenos resultados a pesar de las pocas lluvias registradas en los meses de diciembre (2024) y enero (2025).
El agricultor Leonardo Montanía también decidió incorporar maní como cultivo de autoconsumo en pequeñas superficies, demostrando que incluso con lluvias escasas es posible lograr una producción útil para la seguridad alimentaria.
Sin embargo, no todo resultó favorable, la soja fue el cultivo más afectado por la sequía, con menos de 150 mm de precipitaciones desde septiembre. Esta situación también impactó en su producción hortícola y frutícola.
Por otro lado, en San Joaquín, Dionisio Páez siguió una estrategia similar de diversificación durante la última campaña agrícola. A pesar de haber registrado menos de 160 mm de lluvia, logró rendimientos promedio de 1.150 kg/ha con la soja y 2.400 kg/ha con el maíz, que destinó tanto a grano como a ensilaje y venta como choclo.
El poroto, sembrado en distintas ventanas y actualmente como segunda zafra, alcanzó los 640 kg/ha y se consolidó como un cultivo clave para la economía familiar gracias a su bajo costo y precio estable.
Esto evidencia que la agricultura familiar campesina en Paraguay se mantiene en pie a pesar de las dificultades estructurales que la rodean, como las ya mencionadas: falta de acceso al crédito, escasa coordinación institucional, condiciones climáticas extremas, migración rural, costos elevados y limitaciones en infraestructura.
Pero más allá de las estadísticas, lo que persiste es una forma de vida que apuesta a la tierra, a la comunidad y a la alimentación como ejes centrales. Sin embargo, la responsabilidad de sostener esta resiliencia en el campo no puede recaer solo en las familias campesinas, se necesita una mirada estratégica y coherente desde el Estado y todos los actores del sistema productivo, para construir políticas públicas estables, accesibles y sostenidas en el tiempo.