El Banco Central del Paraguay (BCP) corrigió a 1,2% su proyección de inflación para el cierre del 2020, en su último informe de Política Monetaria (IPOM). Así, aplicó un significativo recorte a las estimaciones de 3,9% y 2,4% que había pronunciado en diciembre y marzo pasados, respectivamente, como consecuencia del impacto de la pandemia de COVID-19 principalmente en los hábitos de consumo de la población paraguaya.
Los precios de la canasta básica familiar se escaparán así por primera vez del control de la banca matriz, pues desde que se adoptó el esquema de metas de inflación – en el 2011 – no se llegó a registrar una variación que se situara fuera del rango en que se permite fluctuar a este indicador. Actualmente, el BCP tiene una meta de inflación de 4% – fijada en el 2017 –, con una banda de flotación de 2% a 6%.
Antes del estallido de la emergencia sanitaria, la inflación registrada al cierre del 2009 figuraba como la más baja de las últimas tres décadas, con una variación anual de 1,9% en el Índice de Precios al Consumidor (IPC). Este resultado se dio en coincidencia con la caída de -0,3% que ese año sufrió el Producto Interno Bruto (PIB), en el contexto de crisis financiera internacional y efectos de la sequía en la producción agropecuaria.
Entre el 2011 y el 2014, cuando la meta de inflación era de 5% y podía fluctuar de 2,5% a 7,5%, el IPC al cierre de cada año se ubicó en 4,9%, 4%, 3,7% y 4,2%. Desde el 2015 y hasta el 2016, cuando la meta se ajustó a 4,5% y el rango se limitó a +-2%, las variaciones del IPC fueron de 3,1% y 3,9%. Del 2017 en adelante, con el actual nivel de metas, el IPC se situó en 4,5%; 3,2% y 2,8%, hasta el año pasado.
El BCP espera que la inflación retorne el año que viene a un nivel cercano a su meta, pues estima que la variación del IPC será de 3,8%. Para el horizonte de dos años, prevé ya cumplir con el 4%.
El contexto actual de los precios de la canasta básica familiar en Paraguay está marcado por los efectos del cese de las actividades productivas y sociales que se impusieron de manera estricta de marzo a mayo pasados, y que se relajaron desde junio pero sin lograr que se retomen los niveles de consumo e inversión previos a la emergencia sanitaria.
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César Rojas, jefe de Análisis del Sector Real del BCP, explicó que la pandemia de COVID-19 provocó un shock de oferta y demanda a nivel mundial y local.
Por el lado de la producción, sostuvo que la merma se generó a través del cierre temporal de empresas, como consecuencia de la situación de emergencia; esto resultó en una menor actividad económica y aumento del desempleo, que a su vez desembocó en pérdida de ingresos en los hogares.
El menor poder adquisitivo que sufren las familias se suma a la incertidumbre y el temor al contagio del nuevo coronavirus: varias personas prefieran no salir a consumir, por más que se hayan reanudado servicios como los de restaurantes. Estos factores reducen la demanda para la compra de productos y servicios, lo que obliga a las empresas al cierre definitivo o la disminución de inversión, agregó Rojas.
“Así, el shock de COVID-19 ha afectado a la economía paraguaya por varios canales: menor demanda externa, caída de precios de commodities, aumento de la prima de riesgo, reducción del turismo y su efecto en la actividad de hoteles y restaurantes, cancelación de eventos de concurrencia masiva, reducción del comercio fronterizo por el cierre de fronteras, el debilitamiento de Brasil y la depreciación del real”, detalló el analista del BCP.
Otras vías de afectación van desde la suspensión de actividades de empresas, menos horas trabajadas, menores ventas e importaciones y su impacto en los ingresos tributarios, la reducción del flujo de caja de empresas y menos empleo e ingresos para los trabajadores, con el consecuente deterioro de las expectativas de consumidores y empresarios, agregó.
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