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22 de noviembre de 2024

¿Cómo que no somos 7 millones?

La corrección de la cifra en que se calcula que se encuentra la población paraguaya generó gran polémica, debido a la diferencia de más de 1 millón de habitantes que resultó entre las estimaciones que se tenían previamente y el número que arrojó el Censo 2022. Se trata de una crisis comunicacional que va mucho más allá de un evento en particular.

Como amante de la comunicación y profesional comprometida con este arte de compartir conocimiento, uno de los pocos recuerdos felices que me quedaron de la pandemia de COVID-19 fue el importante espacio que se dio a la difusión de información técnica y científica sobre la enfermedad.

En un momento de tamaña desesperación e incertidumbre, escuchar al doctor Guillermo Sequera explicar con paciencia y detenimiento las características de la propagación del virus, los cuidados que debíamos tener y la evolución que la emergencia venía marcando en nuestro país se convertía en un elemento tranquilizador y hasta esperanzador, porque nos convencía de que empezábamos a entender algo de lo que estaba pasando. 

Lastimosamente, esta lección sobre la importancia de comunicar información científica de manera amigable y cercana a la gente no trascendió de manera significativa más allá de lo que fue ese evento particularmente crítico para toda la sociedad. Recientemente, la publicación de las cifras referentes a la población paraguaya generó gran polémica debido al desconocimiento de temas técnicos de base.

Resulta que, finalmente, el Paraguay está poblado por 6.167.786 habitantes, según los datos preliminares que arrojó el Censo Nacional de Población y Vivienda 2022 y fueron presentados por el Instituto Nacional de Estadística (INE). Este número es inferior a la estimación de 7,45 millones de personas que se tenía para ese mismo año y se corrigió la cantidad de población que se había asignado al 2012, de 6,4 millones a 5,54 millones de personas. 

El desconcierto que generaron estos cambios en los cálculos que interfieren en nuestra densidad poblacional reforzó de cierta manera el rechazo que había sufrido el censo en parte de la sociedad principalmente durante los días previos a su realización. Pero, ¿por qué tanto enojo?

Resulta difícil entender las causas del enfado con que se tomó la noticia de esta actualización de datos. Quizás se relacione con la percepción de haber sido engañados que desembocó de la corrección de este número que ya estaba inserto en el imaginario popular respecto al tamaño que tenemos como país. 

Lo que sí podemos afirmar es que definitivamente falló el trabajo comunicacional del INE a lo largo de los años, una secuela que quedó pese a que se desarrolló una amplia difusión de los objetivos y los resultados de este Censo en particular. 

Si bien el director del INE, Iván Ojeda, salió a explicar con detenimiento los motivos de esta diferencia entre los números estimados y los finalmente calculados, ya fue una reacción a la disconformidad que se tenía en la opinión pública, un contexto que reduce de manera significativa el éxito que puede tener un mensaje que busca calmar los ánimos.   

Aquí el problema fue la falta de comprensión de conceptos sumamente básicos: qué es una estimación y de dónde proviene, y en qué consiste la ratificación o corrección de información demográfica a partir de los resultados de un censo. Y al estar trabajando siempre cerca de la publicación de datos de este tipo, no requiere de un gran esfuerzo analizar las causas de esta desinformación. 

Al igual que varias otras instituciones que se dedican a la elaboración de estadísticas, el INE deja a cargo de sus informes en la web gran parte de la difusión de los datos recabados, una técnica que no siempre garantiza que la información llegue de manera comprensible a la ciudadanía. 

Lo que aquí ocurre es que, al ser elaborados por técnicos especializados en la materia, el lenguaje utilizado en estos informes recoge esta característica y resulta difícil de entender para el público en general. 

Si bien es irrenunciable la rigurosidad técnica y científica con que deben salir estas publicaciones, está claro que carecen de un acompañamiento comunicacional proactivo que permita bajar el discurso a un nivel más coloquial y amigable con el público no especializado, que también tiene derecho y está interesado en comprender esta información. 

Hay que reconocer que el INE es de las instituciones más abiertas a la hora de recibir consultas de la prensa para ampliar los datos que proveen a través de sus distintas publicaciones, pero necesita dar un paso más y lograr que el trabajo estadístico sea tema de conversación cotidiana en la opinión pública. Son varios los frentes que se pueden explorar, desde los espacios en la educación formal hasta la presencia en medios masivos.

Así como la comunicación oportuna, clara y acertada nos ayudó a sobrellevar un momento tan dramático de nuestra historia, como lo fue la pandemia de COVID-19, también nos puede llevar a comprender mejor quiénes somos, para dónde vamos y por qué se dan los distintos fenómenos que nos afectan como sociedad. 

Es cuestión de otorgar al trabajo de la comunicación el lugar, estatus y presupuesto que requiere, para que estas crisis ocurran cada vez con menos frecuencia y ya no provengan de dificultades que pueden prevenirse solo con un poco más de empeño.   

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