Por Sergio Alegre – Estudiante investigador
En pleno siglo XXI, en una era de avances tecnológicos y acceso a la información sin precedentes, resulta impactante que una parte significativa de la población mundial aún viva en condiciones de pobreza extrema.
La problemática de la pobreza es compleja y puede ser interpretada desde diversas perspectivas cargadas de juicios de valor. Sin embargo, es innegable que, en la actualidad, se trata de un problema más político que económico en muchos países.
La falta de acceso a alimentos adecuados, la desigual distribución de la riqueza, la falta de educación y la escasa inversión en infraestructuras son algunos de los factores que contribuyen a mantener a muchas naciones en la pobreza.
Desde el punto de vista económico, la teoría neoclásica ha demostrado la importancia del ahorro y la inversión en las tasas de crecimiento. En años más recientes, las teorías sobre el crecimiento endógeno han subrayado la relevancia de la educación y las infraestructuras públicas en el desarrollo económico.
No obstante, el desafío que enfrentan los países pobres radica en su incapacidad para generar ahorro interno debido a su bajo nivel de ingresos y consumo. La falta de recursos propios los lleva a depender del ahorro externo, una opción que no resulta sencilla. La deuda con el exterior conlleva la transferencia del problema al futuro, y muchos países se encuentran en una situación crítica al no poder hacer frente a los intereses de sus deudas.
Algunos países de América del Sur, África y Asia han atravesado esta situación. Otros, sin la posibilidad de recurrir a la deuda, dependen de la ayuda internacional y los mecanismos de solidaridad.
En contraste, existen países que han recibido inversiones extranjeras significativas y han experimentado un crecimiento acelerado, como los «dragones» del sudeste asiático, entre ellos Taiwán, Singapur, Hong Kong y, sobre todo, Japón.
Por otro lado, los «tigres» asiáticos, como Indonesia, Tailandia y Malasia, han enfrentado crisis financieras que han frenado su progreso.
¿Por qué algunos países como Japón o Alemania, devastados por una guerra mundial, han logrado converger con las naciones más ricas, mientras que otros se mantienen estancados en la pobreza? La respuesta parece residir en factores como el nivel educativo, la capacidad de adaptación a la tecnología y la destreza, más que en la mera capacidad de ahorro.
Uno de los rasgos distintivos de los países pobres es su falta de inversión en la formación de capital humano, un factor crucial en el largo plazo. Además, no se deben pasar por alto los factores políticos, que van desde la corrupción hasta la existencia de regímenes autocráticos, y que contribuyen a perpetuar la pobreza.
Otro aspecto fundamental en el crecimiento económico es la relación inversa entre los niveles de vida y el crecimiento de la población. Sin embargo, esta correlación puede ser engañosa, ya que está determinada por variables intermedias, como el nivel educativo. Las sociedades más instruidas tienden a planificar el número de hijos, mientras que en las comunidades más pobres no solo existe una falta de conocimiento al respecto, sino que los padres suelen tener un alto número de hijos para asegurar mano de obra en el trabajo agrícola y contar con el apoyo económico en la vejez.
Si analizamos en conjunto estos factores negativos, resulta evidente que la renta per cápita de los países pobres difícilmente puede converger con la de las naciones más ricas. En primer lugar, carecen de capacidad para aumentar el capital físico necesario para el desarrollo económico. En segundo lugar, la mano de obra no está suficientemente cualificada, lo que limita el crecimiento. Por último, el crecimiento de la población absorbe cualquier incremento en la renta, dejando a estos países atrapados en la «trampa de la pobreza».
Superar esta trampa y lograr un crecimiento sostenido es un desafío complejo pero necesario para combatir la pobreza en el mundo. Se requiere un enfoque integral que aborde los problemas económicos, políticos y sociales que perpetúan la pobreza.
En primer lugar, es esencial fomentar la educación y la formación de capital humano en los países pobres. La inversión en educación de calidad no solo mejora las habilidades y capacidades de la fuerza laboral, sino que también fomenta la innovación y el desarrollo tecnológico, impulsando así el crecimiento económico a largo plazo.
Por otro lado, los regímenes autocráticos y la falta de transparencia y rendición de cuentas socavan el desarrollo económico y perpetúan la desigualdad. Promover la gobernanza democrática, fortalecer las instituciones y combatir la corrupción son medidas fundamentales para impulsar un crecimiento sostenido y reducir la pobreza.
Asimismo, es necesario fomentar la inversión en infraestructuras públicas en los países pobres. Las infraestructuras adecuadas, como carreteras, redes de comunicación, energía y saneamiento, son elementos fundamentales para el desarrollo económico y social. Estas inversiones no solo mejoran la calidad de vida de la población, sino que también crean oportunidades económicas, facilitan el comercio y promueven la integración regional e internacional.
Finalmente, a nivel internacional es fundamental que los países desarrollados cumplan con sus compromisos de asistencia oficial para el desarrollo y aumenten la ayuda a los países más necesitados. Además, se deben promover políticas comerciales justas y equitativas que permitan a los países pobres acceder a los mercados internacionales en igualdad de condiciones.