Germán Reyes
Puerto Lempira (Honduras), 8 jun (EFE).- Cultivar la tierra no es nada fácil en Gracias a Dios, una región pantanosa de la costa caribeña de Honduras, donde la gran riqueza natural contrasta con las difíciles condiciones y pobreza de sus habitantes. Sobreponiéndose a esas dificultades, comunidades indígenas de la zona buscan dar vuelta a la situación apelando a la agricultura sostenible, la pesca artesanal y las prácticas ancestrales.
Rosa Haylock Lemoth, de 65 años, es una de las líderes de un grupo de mujeres indígenas miskitas en Palkaka, un poblado de unos 900 habitantes en Gracias a Dios, donde en jornadas de mañana y tarde, la segunda para hacer riego, atienden el huerto familiar, eso sí, sin dejar los otros quehaceres domésticos.
«Antes teníamos otra iniciativa, pero no mirábamos resultados como este, que es un proyecto en el que ya tenemos producción y hemos cosechado pepinos, que ya le dejaron un ingreso a nuestra organización», subraya Rosa a EFE, mientras muestra su huerta, en la que también está cosechando sandías y calabazas, para el consumo propio y para vender los pocos excedentes.
Las mujeres de Palkaka cultivan tomate, chile, pepino, calabaza, sandía, naranja, aguacate y limón, entre otros vegetales y frutas, cuyas semillas e instrumentos de labranza y métodos para el uso de fertilizantes orgánicos, que ellas mismas preparan, los obtuvieron de la ONG española Ayuda en Acción.
Esta iniciativa forma parte del Proyecto Mejorando los Medios de Subsistencia de los Pueblos Indígenas Miskitos, que desde 2021 apoya el Banco Mundial, con financiación proporcionada por el Fondo de Desarrollo Social de Japón y que implementa Ayuda en Acción.
ACCIÓN Y SOLUCIÓN ANTE LA POBREZA
El departamento de Gracias a Dios, territorio conocido en gran parte como la Mosquitia, de unos 17.000 kilómetros cuadrados y que colinda con Nicaragua, es el segundo más grande de Honduras y acoge cuatro de los pueblos indígenas y afrodescendientes del país (tawacas, pechs, garífunas y miskitos).
Gran parte de su población subsiste de la pesca artesanal y el buceo, capturando langostas en las profundidades del mar, en condiciones peligrosas.
Pese a su riqueza natural, con llanuras, ríos, lagunas, mar y montañas, cultivar la tierra no es fácil en esta región, donde el sol, en la temporada más calurosa y por los efectos del cambio climático, hace subir el termómetro hasta los 36 grados centígrados en sus zonas bajas.
Además, a gran parte del territorio solo se puede llegar por aire o navegando por mar y los ríos que lo cruzan, debido a sus condiciones pantanosas.
Eso, sumado a la pobreza, ha hecho que la asistencia en proyectos sostenibles represente un alivio para comunidades de los municipios de Puerto Lempira, como Palkaka, y de Ahuas, dice a EFE Uzías Zúniga, coordinador de Ayuda en Acción en Puerto Lempira, cabecera de Gracias a Dios.
Datos del Banco Mundial confirman que la Mosquitia es una zona marcada por la pobreza multidimensional, que se sitúa en el 71,8 %, por encima de la media nacional del 67,2 %, a lo que se añade la alta inseguridad alimentaria, con “un 43 % de personas que carecen de acceso fiable a alimentos asequibles y nutritivos”.
APRENDIZAJE TUTORIAL Y ANCESTRAL
Muy cerca de Palkaka se localiza Tansing, donde se ejecuta otro proyecto, que se inició en 2022, con la modalidad educativa Sistema de Aprendizaje Tutorial (SAT), orientado a la agricultura sostenible y en el que están involucrados jóvenes y mayores.
«Ha sido una experiencia muy bonita porque hemos aprendido cómo aprovechar el poco espacio de tierra que hay (1,5 hectáreas) para sembrar diferentes variedades de hortalizas», indicó Darwin Romero, un maestro de educación media, quien destacó que lo mejor es que ahora los beneficiarios cultivan en «huertos con abonos orgánicos a la par de la casa, con un efecto multiplicador positivo».
Antes, lo que ahora cultivan en los huertos, según relató Darwin, lo hacían en las riberas de un río cercano que, cuando crecía, muchas veces arrastraba las siembras, incluso de arroz, yuca y bananos, algo que también sufrían los pobladores de Palkaka.
En otros casos, perdían sus cosechas por «la sequía, las plagas y los humanos», señala Darwin.
El maestro resalta, además, que han «puesto en marcha una combinación de la actividad ancestral con las nuevas generaciones de Tansing, donde los jóvenes y los mayores aprenden de cada uno e intercambian conocimientos».
El programa del Banco Mundial está impulsando otro proyecto agrícola en Ahuas en el que participan 23 hombres y 22 mujeres que actualmente ejecutan una segunda fase que incluye la construcción de una galera con bloques de cemento, que les servirá para mostrar sus productos y atender otros asuntos de su organización.
Ahora los 45 beneficiarios, mientras construyen la galera, tarea en la que también participan las mujeres, están esperando las lluvias para preparar la tierra y comenzar a sembrar hortalizas, frutales, granos básicos, tubérculos y plátanos, entre otros cultivos, dijo Emenelio Escalante, uno de los directivos de ese grupo.
El proyecto incluye también la perforación de un pozo para asegurar el agua que necesitarán para el riego de los cultivos por goteo y aspersión, con lo que abandonarán el tedioso acarreo de agua, en cubetas, a pie, mañana y tarde, del río Plátano, que cruza a unos 300 metros de su comunidad. EFE
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