Sao Paulo, 8 sep (EFE).- La escalada del precio del combustible en Brasil ha llevado a miles de conductores de aplicaciones a tirar la toalla. Tan solo en Sao Paulo, un cuarto de los profesionales ha dejado de circular, mientras que los que siguen al volante se ven obligados a ajustar sus rutinas para asegurar el dinero de cada mes.
Es el caso de Osvaldo Alves Santos, quien vive y trabaja en la capital paulista. Cuando empezó como conductor por aplicaciones en 2016, Alves rodaba entre seis y ocho horas diarias para garantizar el sustento.
Ahora, con el expresivo aumento en el precio de los combustibles, ha tenido que doblar la jornada para asegurar apenas una parte de la misma renta.
«Antes trabajaba de seis a ocho horas y ganaba entre 4.500 y 5.500 reales (unos 900 a 1.100 dólares). Hoy si hago la misma cantidad de horas no llego a los 3.300 reales (660 dólares)», cuenta en una entrevista con Efe.
El precio más elevado de la gasolina, junto a la falta de reajustes por parte de las plataformas, ha derivado en una precarización en las condiciones de trabajo de Alves, quien pasó a extender su jornada laboral.
«Hoy tenemos que rodar de 14 a 16 horas para conseguir el mismo valor, lo que no es viable. Pasamos a seleccionar las rutas y destinos, porque muchas veces la compensación financiera no vale la pena», explica Alves.
Sin embargo, no importa cuánto el conductor explore las calles y avenidas de la mayor ciudad de América Latina, con unos 12 millones de habitantes, los ingresos que llegan al final del mes no permiten mucho más que sobrevivir.
«Hace unos meses, conseguía trabajar y hacer una reserva, ahorrar un poquito. Hoy casi no consigo pagar la alimentación y el sustento del día a día», lamenta.
Solo entre enero y julio de 2021, el precio de la gasolina escaló un 27,5 %, mientras que el diesel acumula un aumento de casi 26 %, lo que hizo que uno de cada cuatro conductores por aplicaciones renunciara al oficio en el estado más poblado de Brasil, según los datos de la Asociación de los Conductores de Aplicaciones de Sao Paulo (Amasp).
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De acuerdo con la Amasp, que representa a unos 52.000 profesionales, desde el inicio de la pandemia del coronavirus, en febrero de 2020, el número de conductores en el estado de Sao Paulo cayó desde los 120.000 el año pasado hasta los 90.0000 actuales.
«Los consecutivos aumentos de la gasolina hicieron que los conductores tuvieran que extender su jornada de trabajo, pero llega un momento en que la gente ya no aguanta y se tiene que ir», dice a Efe el presidente de Amasp, Eduardo Lima de Souza.
El propio Souza, quien se dedica integralmente a los viajes por aplicaciones desde 2016, vio sus gastos para llenar el depósito con gasolina más que triplicar a lo largo de esos cinco años.
«Yo solía gastar entre 40 y 60 reales (8 a 12 dólares) de combustible para rodar cerca de 230 kilómetros. Hoy para recorrer la misma distancia me sale unos 180 a 200 reales (36 a 40 dólares)», recuerda.
El combustible, cuya alza está influida por la fuerte devaluación del real, el precio del crudo internacional y la política de precios adoptada por la petrolera estatal Petrobras, es uno de los principales responsables de la galopante inflación en Brasil, cuyo resultado interanual en julio llegó al 8,99 % -muy lejos del centro de la meta del 3,75 % estipulada por el Gobierno.
Asimismo, los valores de los combustibles, por tratarse de un gasto básico, afectan directamente el precio de otros productos que necesitan ser transportados, como mercancías y alimentos, en una suerte de efecto cascada.
«La vida está más cara», sintetiza Alves.
Para Francisco Dias, quien paga unos 1.900 reales por mes (unos 367 dólares) en el alquiler de su coche para trabajar como conductor por aplicaciones, si los precios siguen subiendo, la profesión «ya no será posible».
«Entre comprar comida, mantener la casa y pagar el alquiler del coche, ya no me queda nada de dinero a fin de mes. Si la cosa sigue así, tendré que devolver el coche y encontrar otro trabajo», asegura.
Nayara Batschke