Datem del Marañón (Perú), 17 sep (EFE).- Como un oasis en medio del desierto, así son las plantas que abastecen de preciado hielo a dos comunidades Kandozi que viven de la pesca artesanal en el corazón de la Amazonía peruana, en aldeas que casi ni aparecen en los mapas y en donde no llega el tejido eléctrico ni el agua potable.
En las orillas del río Pastaza yacen las comunidades de San Fernando y Musa Karusha, cuya principal fuente de ingresos depende de la captura y la comercialización de la pesca en las aguas que se extienden en el colosal complejo de humedales que atesora la selvática provincia del Datem del Marañón.
En estos territorios del pueblo originario Kandozi, los hombres regresan todos los días de sus labores pesqueras cargados, como mínimo, de 50 kilos de peces, que luego transportan por río hasta las ciudades de Tarapoto y Yurimaguas, donde la mercancía se vende, en su gran mayoría, curada con sal.
El uso de esta técnica ancestral de preservar el pescado seco y salado responde a la necesidad de conservar los alimentos ante la falta de refrigeración en estas recónditas comunidades indígenas, en donde uno llega tras navegar varias horas en chalupa por las aguas del Pastaza
Obtener hielo es en este contexto es obtener un tesoro.
PESCADO FRESCO
Desde mayo de este año, la instalación de plantas de producción de hielo por energía solar permite a los pescadores de San Fernando y Musa Karusha mantener la cadena de frío y, por tanto, conservar y transportar toneladas de pescado fresco con más facilidad, menos costos y mayor calidad.
«Antes traíamos el hielo de Yurimaguas y no llegaba. Tardaba días y días, pero ahora tenemos la planta de hielo y es más rentable porque ya no hay tantos gastos», declaró a Efe Guillermo Yumbatos, morador de San Fernando y vicepresidente de la organización Kandozi del río Huitoyacu.
Gunter Yandari, presidente de la asociación de pescadores artesanales de Musa Karusha, detalló que él solía traer 200 barras de hielo desde Yurimaguas a un precio de 15 soles (3,6 dólares) por unidad, aunque estas, claro, no llegaban enteras tras tres días de viaje bajo el sol que abruma la región con temperaturas que rondan los 30 °C.
«Ahora, a diario producimos 25 barras de hielo, un aproximado de media tonelada. Con eso ya no va a faltar», expresó a Efe Yandari.
FABRICAR HIELO
La puesta en marcha de estas fábricas fue gestionada por el fondo ambiental Profonanpe, que dotó a las comunidades de 120 paneles fotovoltaicos y una planta que cada ocho horas produce 500 kilos de hielo apto para el consumo.
«Los paneles captan la energía solar y, con convertidores de energía, obtenemos 10.000 watts que usamos en la producción de hielo. Bombardeamos agua en los tanques y la purificamos con un filtro de arena y otro de carbono», explicó a Efe Bertha Huiñapi, bióloga de Profonanpe y responsable de la planta instalada en San Fernando.
Con lo que se produce en un día, los comuneros logran conservar hasta una tonelada de pescado, que luego transportan en las embarcaciones dentro de cajas refrigeradoras en las que se mantiene fresco hasta por siete días.
La idea de Profonanpe es que, con el tiempo, su presencia sea cada vez más prescindible y por ello impulsó un proceso de capacitación que «está generando recursos humanos propios y con especialización técnica» en el seno de estas comunidades, resumió a Efe el biólogo Manuel Soplín.
Además, si hay excedente, el mismo hielo sirve a las pobladores como fuente de ingresos: «Lo vendemos a intermediarios o pescadores que a veces vienen a comprar», dijo Yandari.
AL MERCADO
Aunque son varios y diversos los peces que brindan las aguas del Pastaza -algunos, como el pacú, pueden llegar a pesar hasta 25 kilos-, el más común es el Boquichico, un pescado de cuerpo ahusado y plateado que se vende al mercado de Tarapoto por un precio que oscila entre los 8 y 15 soles el kilo (1,90 y 3,60 dólares).
Sorprende, sin embargo, que luego de todo el esfuerzo para la preservación de los pescados, los pocos puestos del mercado que los venden frescos los mantienen amontonados en mesas de aluminio sin refrigeración.
«El ingeniero del ministerio quiere que le echemos hielo encima, pero si lo hacemos la gente no nos compra. No lo quieren», manifestó a Efe la vendedora Adela Seijas, mientras se esforzaba en ahuyentar las decenas de moscas que invadían sus pescados.
Carla Samon Ros