Sao Paulo, 15 jun (EFE).- Hace más de dos años que la carne roja no llega regularmente a la despensa del conductor Alexandre dos Santos. En el país del churrasco, esa proteína se ha convertido en un lujo que, tras dispararse casi un 40 % el último año, llevó a miles de brasileños a hacer «ajustes» en lo que ponen en la mesa.
Tanto que, según datos del sector, los niveles de consumo de carne en Brasil son los más bajos en más de dos décadas.
«Vas a la carnicería a comprar un trozo de carne que antes te salía por 10, 15 reales (2, 3 dólares) y ahora cuesta 39, 49 reales (8, 10 dólares). Entonces no compras, sales y dices: ‘A la granja, a comprar huevos'», cuenta en una entrevista con Efe Santos, de 56 años, quien vive en el periférico barrio de Jaçaná de Sao Paulo.
En el último año, el precio de la carne creció un 38 % en Brasil, el mayor productor y exportador mundial del producto. A la misma velocidad, Alexandre dos Santos vio su sueldo y poder de compra desplomarse.
«Uno tiene que tener mucha creatividad, mira a qué punto llegamos. Tienes que ser creativo para asegurar una alimentación en casa, para mantener sus comidas diarias», dice.
En la mesa de Santos, quien vive solo pero muchas veces comparte mesa con su hijo, con su nuera y con sus cinco nietos, los solomillos dejaron paso al pollo, a los huevos cocidos o a las tortillas francesas.
Datos de la Compañía Nacional de Abastecimiento (Conab) muestran que los brasileños consumirán este año la menor cantidad de carne roja per cápita en más de dos décadas, una tendencia que viene confirmándose paulatinamente desde 2014.
En 2020, el consumo de carne bovina fue de 26,4 kilos por persona, lo que supone una caída del 14 % frente al de 2019 y el menor desde que Conab empezó a monitorizarlo, en 1996.
Asimismo, solo en los cuatro primeros meses de este año, el consumo ya se redujo un 4 %, en medio de una crisis económica agravada por la pandemia del coronavirus, la fuerte devaluación del real brasileño y la escalada de la demanda externa por el producto.
«El dólar subió mucho y eso impacta directamente la producción, porque los productores pasan a reservar mayores cantidades para la exportación. Y eso se suma al aumento del desempleo y la pérdida del poder adquisitivo de los ciudadanos», explica a Efe Marco Quintarelli, consultor del sector minorista.
CAMBIOS EN LA MESA
La carne pasó entonces a ser «un producto elitizado» en un país donde, así como el fútbol, el churrasco es parte de su ADN.
«¿Está difícil (comprar) carne? Entonces compramos huevo, del que se pueden hacer muchas cosas. Cuando viene mi nieta y me pregunta qué vamos a comer, le digo que tendremos churrasco de filete de ‘piu piu’, que es el huevo», bromea Santos.
Y es que, ante el escenario, el huevo se convirtió en una de las principales proteínas alternativas a la carne vacuna y su presencia en la mesa de los brasileños se disparó.
Solo entre enero y marzo, el país produjo un récord de 978 millones de docenas de huevos de gallina, según las cifras oficiales.
Asimismo, mientras que Brasil sacrificó 6,56 millones de reses en el primer trimestre -el menor número en los últimos 12 años- la matanza de pollos y cerdos alcanzó los mayores niveles en el periodo.
«Tuve que buscar alternativas para seguir comiendo los platos que me gustan y que encajaran dentro de mi presupuesto. Pasé a consumir más carne de soja, tofu, muchos vegetales», afirma a Efe la directora de arte y publicitaria Maria Rodrigues de Lima, de 21 años.
Desde que abandonó la casa de sus padres, en noviembre de 2020, la publicitaria vio su renta encogerse, lo que la obligó a hacer diversos «ajustes» en la rutina.
«Ya llegué a ir a la carnicería, pedir medio kilo de carne picada y tuve que salir avergonzada, porque miré el precio y no conseguí pagar», recuerda.
En un país marcado por el desempleo en niveles récord, con más de 14,8 millones de parados, y con salarios que no acompañan la inflación, los expertos creen que los precios de la carne vacuna mantendrán la tendencia alcista en los próximos años y solo deberán estabilizarse en 2022.
«El consumo de alimentos es muy sensible al empleo y la renta de la población. Con más desempleo y menos renta, el precio de los productos aumentan y seguirán obligando al consumidor a buscar otras opciones», remata Quintarelli.