Buenos Aires, 13 dic (EFE).- Cuenta la leyenda que la joven Amancay logró salvar de la muerte a su enamorado tras hallar una hermosa flor. A cambio, la muchacha debía entregar su propia vida a un despiadado cóndor, que fue diseminando las gotas de su sangre por los campos: de ellas nacieron miles de flores, las mismas que hoy embellecen parte de la Patagonia argentina.
«En primavera comienza a emerger, a emitir brotes y finalmente da una floración impresionante de color amarillo que prácticamente tapiza el sotobosque de estos lugares», explica a Efe Adolfo Moretti, ingeniero forestal del Parque Nacional Nahuel Huapi y especialista en bosques nativos patagónicos.
Aunque esta especie se puede encontrar en otras zonas del país, es en los alrededores de San Carlos de Bariloche, uno de los entornos naturales más bellos y turísticos de Argentina, lleno de lagos, valles y montañas en la provincia de Río Negro, donde esta planta herbácea se deja ver con mayor esplendor al florecer durante las primeras semanas de verano austral.
El mejor lugar para admirarlas es el valle del Challhuaco -a unos 15 kilómetros de Bariloche y dentro del Parque Nahuel Huapi-: «Es como el paraíso del amancay, es un bosque monotípico de lenga que suele estar tapizado completamente de amancay y es uno de los clásicos de los que vivimos aquí en Bariloche: ir en verano a ver el valle. Y en otoño cuando se pone ocre y rojo antes de la caída de las hojas. Son dos momentos de esplendor», señala Moretti.
«Es una liliácea, una flor que tiene tépalos muy llamativos de mucho color. Es herbácea y se propaga mucho por rizomas. Y es una planta que alcanza los 40-50 centímetros de altura», agrega el experto, y destaca el sonido que hacen las semillas al caer y dispersarse tras la floración.
«Después, la planta prácticamente desaparece y vuelve a esa parte subterránea para pasar el invierno», remarca.
LA «FLOR DEL AMOR»
El legendario origen de la también llamada «flor del amor» se ubica en torno a los pueblos originarios y el conocido como Cerro Tronador, de 3.554 metros y llamado así por el ruido que hacen los desprendimientos de hielo de sus glaciares.
En esa zona del sur de los Andes, en la frontera con Chile, habitaba antaño la tribu de los Vuriloche, nombre que, con una ligera variación, acabaría tomando la ciudad de San Carlos de Bariloche.
«Se dice que las flores de amancay son las gotas de sangre que derramó una mujer ante un gran amor imposible que había en su tribu. Quintral, el hijo de un gran cacique. Era una mujer normal que estaba un poco lejos del poder, una mujer del pueblo pero lo amaba profundamente, y él también a ella», relata Moretti.
Amor que quedó marcado cuando él enferma y Amancay encuentra como remedio, según la leyenda, una flor en lo alto de la montaña: «Pero un cóndor le dice ‘esto tiene que ser un sacrificio: yo te doy esa flor, pero tú tienes que dejar tu corazón'», continúa el ingeniero.
«Y cuando se lleva el corazón de la joven, las gotas que fueron cayendo de su sangre fueron llenando estos valles de esas flores amarillas testimoniando el amor que ella sentía» señala.
«Es una planta autóctona, se discute un poco el nombre, porque algunos dicen que amancay es un nombre que viene un poco más del norte, más ligado a la cultura quechua, y que se transmitió acá. Aunque los pueblos andinos tenían un movimiento muy desarrollado de irse hacia el norte y el sur», enfatiza.
Según Moretti, la planta, que se propaga allí fácilmente gracias al clima del lugar -subraya que mucha gente lleva semillas a Buenos Aires pero allí no terminan de desarrollarse-, tiene en las explotaciones ganaderas uno de sus peores enemigos: «La protección es mantener esos valles sin esos usos extractivos: ganadería, extracción de leña…»
Con todo, hay quien confía en sus beneficios para la salud, y aunque no es tan frecuente, algunas personas consumen sus rizomas, que «blancos y bien lavados», según el experto, se pueden comer crudos o cocinados.