Sao Paulo, 24 jun (EFE).- Lejos aún de superar la crisis del coronavirus, Brasil enfrenta la peor sequía en décadas, un fenómeno cada vez más frecuente, influido por la deforestación en la Amazonía, entre otros factores, y que pone en jaque la matriz eléctrica del país, basada mayoritariamente en hidroeléctricas.
El déficit de lluvias es «crítico» y se agravará en los próximos meses en Brasil, coincidiendo con el invierno austral, periodo de por sí menos lluvioso, según advierten órganos oficiales y expertos del sector consultados por Efe.
La sequía se concentra en las regiones sureste y centro-oeste del país, responsables de la generación de cerca del 70 % de la energía consumida en el país.
Las altas temperaturas y la escasez de precipitaciones, con los peores datos en 90 años, según mediciones oficiales, han despertado viejos temores sobre la posibilidad de un racionamiento eléctrico, descartado de plano por el Gobierno.
La combinación de esos dos fenómenos ha reducido drásticamente el nivel de los embalses que alimentan las hidroeléctricas de esas dos regiones.
A finales de mayo estaban en torno al 30 % de su capacidad, el nivel más bajo desde 2001 para esa época del año, y, según los pronósticos más optimistas del Operador Nacional del Sistema Eléctrico (ONS), llegarán al 10 % en noviembre.
Pero la sequía también es un problema para el agronegocio, uno de los motores de la economía brasileña, en pleno proceso de recuperación tras desplomarse por la covid.
El Gobierno ha reducido sus previsiones de cosecha para este 2021, especialmente la del maíz, lo que pudiera alterar los precios internacionales, pues Brasil es uno de los mayores productores y exportadores mundiales del grano.
«Es un escenario que no tiene precedentes en décadas», afirmó a Efe Marcelo Schneider, coordinador regional en el Instituto Nacional de Meteorología.
La situación es especialmente preocupante en la cuenca del río Paraná, que en Brasil engloba los estados de Minas Gerais, Goiás, Mato Grosso do Sul, Sao Paulo y Paraná, los cuales están en «alerta por emergencia hídrica», una declaración inédita en los 111 años de historia del Sistema Nacional de Meteorología.
CAUSAS: LA NIÑA, DEFORESTACIÓN Y CAMBIO CLIMÁTICO
¿Por qué llovió menos? Hay varios factores que entran en juego. Uno de ellos fue, desde septiembre pasado hasta bien entrado 2021, el fenómeno natural de La Niña, que provoca menos lluvias en la región sur de Brasil, recordó Schneider.
Otro es la deforestación en la Amazonía, que se ha disparado desde la llegada al poder de Jair Bolsonaro.
La destrucción de la selva impacta en los llamados «ríos voladores», masas de aire procedentes del Atlántico que entran en la Amazonía, provocan lluvias y se recargan con la humedad que desprenden los árboles del bioma tropical.
Esas corrientes, al chocar con la cordillera de los Andes, dibujan una curva y riegan el sur del continente.
Sin embargo, «ha habido una reducción de la humedad por cuenta de la deforestación. Los vientos soplan, pero llevan menos lluvias», explicó a Efe Pedro Luiz Côrtes, profesor del Instituto de Energía y Ambiente de la Universidad de Sao Paulo (USP).
De fondo también está el cambio climático global. «En esta última década estos periodos secos se han ido haciendo un poco más frecuentes, también en función del aumento de temperatura», apuntilló Schneider.
CONSECUENCIAS: ¿RACIONAMIENTO? ¿NUEVO MODELO ENERGÉTICO?
Para evitar problemas de suministro, los órganos reguladores han aumentado las tarifas al poner en funcionamiento centrales termoeléctricas, más caras y contaminantes, pues generan energía a partir de la combustión de, por ejemplo, carbón o diésel.
Con precios más altos se espera que el consumo baje. También se está importando energía de Argentina y, en menor parte, de Uruguay, entre otras medidas.
El Gobierno descarta, por el momento, un racionamiento. El martes, el presidente de la Cámara de Diputados, Arthur Lira, anticipó, después de un encuentro con el ministro de Minas y Energía, Bento Albuquerque, que habría «un periodo educativo» con «algún racionamiento».
A las pocas horas y tras una nueva conversación con el ministro, corrigió: «Habrá un incentivo al uso eficiente de energía por los consumidores de manera voluntaria».
Los costes políticos de un racionamiento serían elevadísimos a un año y medio de las elecciones presidenciales, a las que Bolsonaro pretende presentarse.
«Creo que este año no será decretado un racionamiento y el que viene menos todavía. Hacerlo en año de elección es pena de muerte», sostuvo Rodrigo Machado, abogado con amplia experiencia en el sector de energía y gas.
Aunque la crisis tiende a ser estructural. Brasil genera alrededor del 60 % de su energía en hidroeléctricas, que con sequías cada vez más frecuentes sufrirán para ver llenos sus embalses.
En la última década, el país inició cambios relevantes en su matriz apostando por la eólica y la solar, pero siguen «faltando criterios que garanticen seguridad energética», pues esas dos fuentes son intermitentes, y «una planificación mayor», apuntó Machado.
Carlos Meneses