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22 de noviembre de 2024

Los 33 de Atacama, del estrellato al abandono 10 años después del derrumbe

Copiapó (Chile), 3 ago (EFE).- Algunos sienten que fue ayer y otros que ha pasado una eternidad, pero ninguno ha vuelto a ser el mismo desde entonces. Diez años después de pasar 69 días en las entrañas de la tierra, los «33 mineros de Atacama» luchan contra los fantasmas de la mina y la rabia de saberse desamparados y olvidados.

A las 14.30 horas del 5 de agosto de 2010 el viejo yacimiento de oro y cobre de San José, en el desértico norte de Chile, se vino abajo taponando la única vía de entrada y salida y atrapando a 700 metros bajo tierra a 33 hombres de entre 19 y 63 años.

«Se sintió una onda expansiva, casi se me saltan los ojos. Pensé que era una tronadura», recuerda a Efe Omar Reygadas, que entonces se encontraba en la parte más profunda de la mina.

«Se sabía que esto podía ocurrir, la mina crujía constantemente, no paraba de avisarnos, pero a los patronos solo les interesaba la producción», lamenta a Efe Jorge Galleguillos, otro superviviente del llamado «Matadero San José».

Tras 17 días de angustia, sin contacto con el exterior y comiendo media galleta y dos cucharadas de atún en conserva cada 48 horas, una sonda «milagrosa» atravesó la cavidad donde se encontraban los mineros, en plena oscuridad y a más de 30 grados de temperatura.

El tubo volvió a la superficie con un trozo de papel atado, con el escueto mensaje en tinta roja «Estamos bien en el refugio los 33», y Chile suspiró aliviado.

Fue entonces cuando arrancó un plan contrarreloj para ensanchar el hueco de solo 20 centímetros por donde bajó la sonda, que culminó el 13 de octubre con un faraónico rescate, seguido por más de 1.000 millones de personas por Internet, que contó con la colaboración de la NASA y despertó el orgullo de todo un país.

«VÍCTIMAS, NO HÉROES»

Los mineros se convirtieron en una suerte de héroes nacionales por su resiliencia y su trabajo en equipo. Recorrieron platós de televisión y viajaron por todo el mundo. Hollywood, Israel, España, Gran Bretaña. Fueron recibidos por el papa e incluso el actor Antonio Banderas protagonizó una película de presupuesto millonario.

Hoy, la realidad de estos hombres es completamente distinta: casi no se hablan entre ellos y la mayoría sobrevive gracias a una pensión estatal que empezó siendo de 315.000 pesos y que ahora ronda los 400.000, cerca de 520 dólares al cambio actual, la mitad de lo que cobraban en el yacimiento.

A Jimmy Sánchez, que con 29 años es el más joven del grupo, aún le tiembla la voz cuando habla de lo que ocurrió. Dice que apenas se acuerda de lo que vivió luego de ser rescatado porque iba muy «empastillado» y que el «golpe» le vino un tiempo después.

«A los 25 años me empecé a dar cuenta de todo lo que pasó. Me afectó mucho. Estuve mal, me cortaba los brazos para poder desahogarme», dice a Efe Sánchez, a quien el terapeuta que le proporcionó el Gobierno le dio el alta apenas tres meses después del rescate y ahora tiene que hacer malabares económicos para ir al psiquiatra.

En Copaipó, la localidad a 45 kilómetros de la mina de donde son la mayoría de los mineros, el joven cuenta que lleva diez años sin trabajo formal y que tiene que seguir viviendo en casa de sus padres con su esposa y sus dos hijos porque no le alcanza para una renta.

«Mucha gente ganó plata con nuestro sufrimiento y eso duele. No fue culpa nuestra quedarnos encerrados y tenemos que conformarnos con una miseria de pensión», denuncia.

Claudio Yáñez, de 44 años y también con apuros económicos, está convencido de que no le han ofrecido trabajo desde entonces por miedo a que denuncie las malas condiciones de seguridad de las minas de Chile, el primer productor de cobre del mundo.

«Nosotros no fuimos héroes, fuimos víctimas», reivindica mientras mira una fotografía colgada en la pared en la que aparece su esposa en el campamento que se montó a las afueras del yacimiento durante el rescate.

UNA INDEMNIZACIÓN QUE NO LLEGA

San Esteban Primera S.A, la compañía dueña de la mina, fue absuelta del derrumbe, pese a que una investigación parlamentaria evidenció flagrantes negligencias, y 31 de los 33 mineros decidieron entonces demandar al Estado, que fue condenado en 2018 a pagar más de 100.000 dólares a cada uno.

El Consejo de Defensa del Estado (CDE) apeló la sentencia, al considerar que los mineros ya habían sido compensados con pensiones vitalicias, y aún está pendiente su resolución.

«El juez que exculpó a la minera declaró que la responsabilidad era nuestra porque sabíamos que era muy peligroso. Por poco nos hacen a nosotros pagarles una indemnización a los dueños», ironiza Reygadas, de 66 años y para quien fue más duro el acoso mediático posterior que el encierro en sí.

«En Chile el que no tiene plata no es nadie. Seguramente los dueños de la mina metieron pesos por debajo de la mesa para que la causa quedara en nada», apunta Sánchez, tras recordar que tampoco recibieron ni un dólar de la película de Banderas pese a que les prometieron el oro y el moro.

Por culpa de la pandemia del nuevo coronavirus, que se ha ensañado con especial virulencia en Chile, este año no va a haber ningún acto conmemorativo en la mina -y eso que el actual presidente Sebastián Piñera también gobernaba cuando se produjo el derrumbe- y hasta ahora solo hay convocado un seminario online.

Aunque a los mineros les da pena que no haya ninguna gran ceremonia, pues contribuye a enterrar aún más su desgracia, en el fondo se sienten contentos porque cada vez se les hacía más duro ir a la mina a «poner buena cara» a las autoridades.

Galleguillos, el segundo con más años del grupo, alberga pocas esperanzas sobre la indemnización y solo le pide a Piñera que construya el gran centro de visitantes que prometió, en vez de los destartalados contenedores con fotos y paneles explicativos que hay en la mina hoy en día.

«La mina tuvo 33 partos. Somos hijos de la tierra y es importante que se sepa que aquí ocurrió algo histórico, que ojalá no vuelva a repetirse», apunta emocionado, mientras contempla el agujero por el que hace diez años volvió a la vida en una diminuta cápsula de hierro.

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