Tegucigalpa, 10 sep (EFE).- El «Día del niño hondureño», que se conmemora este jueves, no ha sido tal para muchos pequeños que, por la COVID-19, piden o trabajan en las calles, algunos acompañados de uno de sus padres, cuando deberían de estar recibiendo clases de manera virtual, un proyecto oficial que no ha sido muy efectivo.
«Trabajo en el Bulevar Morazán, de limpiar vidrios (cristales de coches), secarlos y me regalan para comprar comida. Trabajo para la comida porque mi mamá no tiene trabajo», dijo a Efe Michael Steven, alumno del sexto grado de la Escuela «11 de Junio», en la aldea Suyapa, que se localiza en el extremo oriental de Tegucigalpa.
UN TRABAJO ENTRE AMIGOS QUE SON COMPETENCIA
Uno de los artículos de la Constitución de Honduras señala que el niño «No deberá trabajar antes de una edad mínima adecuada, ni se le permitirá que se dedique a ocupación o empleo alguno que pueda perjudicar su salud, educación, o impedir su desarrollo físico, mental o moral», y que «se prohíbe la utilización de los menores por sus padres y otras personas, para actos de mendicidad».
Pero todo lo que dice la Constitución no se cumple, comenzando porque no todos tienen acceso a la educación.
Michael, de once años, se dedica a limpiar parabrisas en uno de los semáforos del Bulevar Morazán, junto con su primo Joel Alexander Álvarez, de diez años, y su amigo Jonathan, de trece, ambos competencia, en una jornada de las 07:00 a las 17:00 horas locales (de las 13:00 a las 23:00 GMT).
El día de clases virtuales, Michael, quien quiere ser arquitecto, trabaja unas siete horas. Las asignaturas que reciben, según su relato, son «español, matemática, ciencias sociales y ciencias naturales».
Además, Michael tiene como compañera de trabajo a su madre, quien en el mismo punto vende piezas de franela para que haya un mayor ingreso en la familia, en la que no hay un padre.
Michael vive en la aldea Suyapa, «en una casa alquilada, de madera», junto a su abuela, su madre y tres hermanos menores, el último todavía de pañales.
«Tengo padre, pero no vive con nosotros. Cuando salimos a trabajar con mi mamá, mis hermanos se quedan con mi abuela», añadió Michael.
JOEL AYUDA A SU MADRE PORQUE «LE PAGAN MUY POCO»
Joel Alexander, de diez años, y alumno del cuarto grado, es el más pequeño de estatura de los tres menores que a diario se ganan la vida limpiando cristales de coches en uno de los semáforos del Bulevar Morazán.
En su caso, por su baja estatura, no alcanza el cristal frontal de los coches, por lo que ofrece limpiar los laterales con un trapo.
«Yo le ayudo a mi mamá, porque ella me dice que le pagan muy poco, mi mamá trabaja de barrer en las aceras de las calles», con la Alcaldía Municipal de Tegucigalpa, dijo a Efe Joel Alexander, quien tiene dos hermanos menores.
El menor indicó que tiene padre, «pero no me ayuda». Es uno de los miles de niños hondureños que viven en hogares desintegrados y que, debido a su pobreza, desde muy pequeños representan una fuerza laboral en casa.
Sobre las clases virtuales, debido a la pandemia de COVID-19, Joel Alexander indicó que algunas veces las recibe «en un televisor», pero que su madre le dice que no haga las tareas porque «siempre vamos a perder el año».
La modalidad de la Secretaría de Educación, de clases por Internet o a través de la telefonía móvil, ha sido «un fracaso» del sector público, según diversas fuentes ligadas a la educación en Honduras, aunque las autoridades del sector no lo admiten.
El problema con muchos estudiantes, principalmente los pobres, es que son miles los que no tienen acceso a la tecnología.
Joel Alexander no pudo contener el llanto al relatar que tiene problemas de aprendizaje, como el de no poder leer lo que escribe, o dificultades con las clases por televisión porque escribe muy lento.
«Es que siempre escribo lento, me piden que escriba más rápido pero no puedo, me confundo, se me olvida», indicó el niño, que en sus ojos y cabello refleja carestía de nutrientes.
El menor afirmó que no tiene el número de teléfono de su maestra para hablar con ella sobre las tareas, aunque él y su madre tampoco tienen un aparato de los modernos para poder comunicarse con alguien.
Sus olvidos llegan al grado de que en una reciente ocasión, según lo que le expresó a Efe, su mamá lo mandó a comprar «una recarga para el teléfono, y le compré dos huevos», por lo que le «regañó».
En el Bulevar Morazán Joel Alexander trabaja alrededor de once horas para agenciarse unos 100 lempiras diarios (cuatro dólares).
JONATHAN QUIERE SER ADMINISTRADOR DE EMPRESAS
De los tres menores, Jonathan es el mayor. Tiene trece años y no quiso decir su apellido.
Vive en el barrio Guanacaste, su madre es ama de casa, y con lo que gana diario limpiando parabrisas ayuda para la comida, según dijo a Efe.
Jonathan indicó que trabaja «de las ocho de la mañana a las cinco de la tarde» (de las 14:00 a las 23:00 GMT), y que es estudiante del duodécimo grado del Instituto de Administración de Empresas.
Añadió que trabaja en la calle desde hace unos tres años y que las clases y tareas las lleva por teléfono y la televisión. Su objetivo es ser «administrador de empresas».
De su padre no recibe ayuda. En su casa vive con un padrastro, con quien indicó que no se llevan bien.
«Cuando sea grande quiero tener mi empresa y salir adelante. Mi papá no me ayuda, por eso salgo a trabajar, nadie va a llegar a la casa a dejarnos algo», enfatizó Jonathan, quien al igual que sus otros dos amigos y compañeros de oficio no portaban mascarilla cuando hablaron con Efe.
En el área rural muchos de los niños hondureños no limpian parabrisas, sino que son campesinos prematuros, antes de ir a la escuela ya saben usar el machete y sembrar maíz y otros cultivos.
El 13 de junio, Día Mundial contra el Trabajo Infantil, la organización Plan Internacional indicó en Tegucigalpa que unos 404.642 niños y adolescentes hondureños de entre 5 y 17 años trabajan, principalmente en labores agrícolas.
Con la pandemia de COVID-19, la pobreza en Honduras también se ha agudizado y se refleja con más mujeres, hombres y niños pidiendo dinero o comida en las calles de las principales ciudades.