México, 20 nov (EFE).- Sin tregua, el coronavirus ha dejado ya en México más de 100.000 fallecidos, un sistema de salud exhausto y una economía entre las cuerdas que amenaza a millones de personas, todo ello azuzado por un controvertido discurso oficialista.
México es hoy el cuarto país del mundo por muertos -detrás de Estados Unidos, Brasil e India- y el undécimo por contagios.
Los 1.019.543 casos y 100.104 decesos confirmados rebasan por mucho las primeras proyecciones de Gobierno, que evitan ya hacer estimaciones del impacto al ver sobrepasadas todas sus métricas.
Positivamente, el país ha capeado la crisis y no ha registrado imágenes trágicas de hospitales colapsados o cuerpos en las calles, pero arrastra un sinfín de problemas con consecuencias difíciles de predecir.
COMBATE DESIGUAL
El sistema de salud está agotado con trabajadores sanitarios enfrentando a este tramposo virus y a veces incluso dejándose la vida.
El país acumula 144.083 profesionales de la salud contagiados y 1.924 defunciones confirmadas y Amnistía Internacional alertó que México es el país del mundo con más decesos de personal médico.
En el Hospital Juárez de México trabajan a un ritmo frenético y aunque ahora la ocupación es del 67 % en el área covid-19, los meses han dejado mella.
Tratamos a «un paciente que está al borde de la muerte, y tienes que estar ahí todo el tiempo. Y no es uno, son muchos pacientes», explica a Efe la encargada de Terapia Intensiva en Área Covid del hospital, Jessica Garduño.
La doctora, especialista en medicina crítica, apela a la «fuerza mental» y reconoce que algunos compañeros han caído incluso en depresión. Además, se muestra muy preocupada por esta compleja dicotomía: mientras el sistema de salud se consume, parte de la ciudadanía vive despreocupada.
El pasado fin de semana, por ejemplo, centenares de bañistas abarrotaron las playas de Acapulco.
«En mi país los recursos se van a ir agotando, como en todos lados. (…) Y el problema es que la gente allá fuera no se cuida, no guarda la distancia», lamenta.
Los pacientes no han dejado de llegar a este hospital de referencia. Personas como María del Rosario Jhweste, que a sus 69 años lleva siete días internada.
«No sé cómo haya sido, pero caí», cuenta a Efe la mujer con un hilo de voz. A diferencia de tantos otros, ella «sí» cree en el virus y siempre usa mascarilla, sobre todo desde que murió su cuñada por covid-19 el 26 de junio.
A su lado, Margarita Hernández no deja de toser. Tiene 59 años, es limpiadora y no se confinó al primer síntoma. La economía familiar manda.
«En el día me sentía bien y en la tarde llegaba y me sentía cansada, agotada. Pero tenía que echarle ganas, que trabajar», expresa a Efe.
Hasta que el cuerpo le dijo basta y fue hospitalizada.
CHOQUE DE VISIONES
Autoridades y expertos debaten sobre si el país vive una «segunda ola» como en naciones europeas o si todavía continúa la primera.
México tuvo su primer caso a finales de febrero pasado y cerró todas las actividades no esenciales en abril y mayo, aunque el confinamiento no era estricto para no perjudicar a millones de trabajadores informales.
Recientemente, las autoridades reconocieron rebrotes en varios estados del país y la capital volvió a cerrar bares y recortó horarios de restaurantes, cines y museos.
En este contexto no ha dejado de sorprender -incluso escandalizar- la visión del presidente y parte de su séquito.
El presidente Andrés Manuel López Obrador no usa nunca mascarilla a sus 67 años y dice que sus asesores no se lo aconsejan.
Y aunque impulsó acuerdos con hospitales privados para evitar la saturación del sector e impulsó en la ONU una resolución a favor de la vacuna universal, abundan las contradicciones.
A principios de la pandemia, se estimaba que habría menos de 10.000 muertos, una cifra hoy totalmente desbordada, con todo el dolor que inflige.
Pero para el secretario de Salud, Jorge Alcocer, la pandemia está «en control», y aunque hay un alza de contagios, se ha disminuido el número de fallecimientos.
«México es de los países de América con menos fallecidos en proporción a su población», recordó este mismo viernes López Obrador, quien aseguró que desde el Gobierno «hemos hecho todo y lo vamos a seguir haciendo».
Estas afirmaciones contrastan con los propios datos oficiales que reflejan, por ejemplo, un claro subregistro.
Las autoridades computaron entre enero y septiembre de 2020 un exceso de mortalidad del 37 % con 193.000 muertes más de las esperadas.
La gestión de la pandemia ha sido muy criticada y causado enormes tiranteces con los estados y la oposición.
Para Malaquías López, profesor de Salud Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la no obligatoriedad de usar cubrebocas, el exceso de movilidad y, sobre todo, la falta de pruebas, dispararon la epidemia. «Trabajamos a ciegas», dice a Efe.
Además, definió las predicciones gubernamentales como «fatalmente equivocadas» por estipular una reapertura social y económica desde junio, cuando había un alto nivel de contagios.
Además, lamenta que se apueste por la «mitigación» en lugar de la prevención: «Esta guerra se tenía que ganar entre la comunidad, no en el hospital».
MILLONES DE DAMNIFICADOS
México registró una caída histórica del producto interior bruto (PIB) del 18,7 % interanual en el segundo trimestre, repuntando el tercer trimestre un 12 % frente a los tres meses anteriores.
Según el presidente, la economía se está recuperando, aunque oficialmente se estima una caída del 8 % en 2020.
Para millones de mexicanos, estos datos son papel mojado. El país tiene unos 50 millones de pobres (41,9 %), y varios organismos estiman que al menos otros 10 millones podrían caer en ella.
«Ha habido un deterioro muy importante de la economía que ha afectado principalmente a la población más vulnerable», dice Violeta Rodríguez, del Instituto de Investigaciones Económicas la UNAM.
Según datos oficiales, se han recuperado más de 400.000 puestos del 1,1 millones de empleos formales desvanecidos.
Pero más de la mitad de la población activa trabaja informalmente. En este precario sector, se perdieron 12 millones de empleos y se han recuperado unos siete.
«Esta recuperación sin duda tiene que ver con la fuerte emergencia en que entraron las familias. Ya no podían aguantar más tiempo de confinamiento», opina la economista, quien teme «efectos devastadores» a mediano plazo.
EL ÚLTIMO ADIÓS
En el panteón municipal de Chalco no cabe casi un alma pese a que hace unos meses se abrió un nuevo predio en este camposanto de la periferia capitalina.
Las humildes cruces recuerdan los estragos de la pandemia. Desde abril se han enterrado más de 500 cuerpos, aunque no todos murieran por el «pinche» virus.
«Llegaban de todo tipo, a veces de covid, o de cualquier otra cosa, ya sea asesinato, y cosas así», resume Francisco Javier Rivera, enterrador de 17 años que ya no usa traje de protección porque es «muy tedioso».
Matilde lleva flores a su hijo, que falleció a los 27 años y fue inhumado en un deslucido rincón del cementerio, entre remolinos de polvo. Arregla la tumba, reza un padrenuestro. Su vástago murió en un accidente, pero una familiar cercana perdió la vida hace 15 días por «la pandemia».
Los sepultureros, a pico y pala, abren cuatro agujeros más.
Llega una carroza fúnebre y una comitiva de 30 personas. Todos con mascarilla. «Que los señores del periódico vean que nos cuidamos», apunta un presente.
Una banda de música toca «Amor eterno», de Juan Gabriel.
El ritual dura apenas 30 minutos. Se sepulta a María de la Luz, tenía 42 años, hipertensión y diabetes. Los allegados aseguran que no fue covid, aunque estas comorbilidades han disparado los decesos.
Con o sin el virus, María de la Luz abona esta tierra sembrada de despedidas.