Bogotá, 4 mar (EFE).- Las voces de miles de personas enterradas en algún rincón de Colombia, sin nombre en la lápida, retumban últimamente más que nunca. Voces como las de los 6.402 «falsos positivos» y también las de los desaparecidos en comunas populares de Medellín que rescata el escritor Pablo Montoya en su nuevo libro.
«Soy tierra calcinada. En mi sangre, brasas sin tregua. Resuenan las reyertas en mí como si yo fuera la extensión de un desagravio jamás consumado. Me llamo Ofelia María Cifuentes y estoy en La Escombrera», dice una de esas voces que recoge Montoya de forma ficcionada en «La sombra de Orión» (Penguin Random House).
En él desgrana la vida de la comuna 13, un barrio de Medellín donde en 2002 tuvo lugar Orión, una operación militar que sirvió para «pacificar» y expulsar a las milicias armadas, pero desató las ejecuciones extrajudiciales y supuso la «legalización» del paramilitarismo.
LA ESCOMBRERA
«En Medellín hay una fosa común, que es como un punto ciego donde se refleja de algún modo la situación del país en lo que tiene que ver con la desaparición forzada porque es una fosa común urbana que algunos dicen que es la más grande de Colombia e incluso de América Latina», explica Montoya en una entrevista con Efe.
Esa fosa es La Escombrera, eje central del libro, un vertedero en lo alto de uno de los cerros de la ciudad donde presuntamente fueron arrojados decenas (o miles) de cadáveres, sobre todo tras la llegada de los paramilitares y la limpieza que hicieron de todo aquel que tuviera vínculos con la guerrilla o las milicias.
La Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) calcula que en Medellín hubo 435 desapariciones forzadas entre 1978 y 2016, de las cuales 126 ocurrieron tras la Operación Orión, pero organizaciones de familiares aseguran que los desaparecidos llegan casi al millar.
«El país tiene una mecánica perversa y es que a pesar de que existen estas cosas, la impunidad sigue, los procesos judiciales no se establecen», critica Montoya, ganador en 2015 del premio de novela Rómulo Gallegos, quien en su libro trata todas las aristas de un problema complejo como es la desaparición en Colombia.
Montoya cree que la violencia «es un fenómeno que está ligado profundamente a la creación del país» y a la repartición de la tierra, pero hay momentos de la historia donde queda trágicamente retratada, como fue la toma del Palacio de Justicia por la guerrilla del M-19 en 1985 que dejó 94 muertos y 11 desaparecidos o el exterminio del partido político Unión Patriótica (UP).
También están todos los casos de desaparecidos, que se calculan en 100.000, y los «falsos positivos», las ejecuciones de jóvenes a manos de militares, sobre todo de barrios humildes, para ser presentados como guerrilleros muertos en combate.
La publicación del libro coincidió con el anuncio de la JEP de que la cifra de los «falsos positivos» es tres veces superior a la que consideraban en uno de sus macrocasos: 6.402.
El protagonista de la novela, Pedro Cadavid, una especie de alter ego de Montoya, regresa a su Medellín natal en 2002 justo cuando la Operación Orión tiene lugar para dar clases en la universidad y escribir un libro.
Ahí conoce a Alma, una estudiante que vive en La Comuna y que le empieza a sumergir en las realidades de un barrio ignorado por las autoridades, bajo el poder de muchas milicias con vínculos con las guerrillas del ELN y las FARC y donde el narcotráfico llega como una «gran nevada» de la mano del «Mago», alias con el que identifica el autor a Pablo Escobar, para «enturbiarlo» todo.
«Alma es como un Virgilio, en el sentido que es la que le conduce a los infiernos de La Escombrera, pero al mismo tiempo es la que lo alivia y la que lo sana con el amor y con la tierra», describe.
El protagonista empieza a interesarse por los personajes de la Comuna, por el «loco» que recoge los sonidos de las almas que habitan La Escombrera, por los músicos que le ponen sonido a las noches donde los disparos son los protagonistas o por el cartógrafo que intenta estudiar una zona olvidada. Y le empiezan a pesar los muertos, tanto que acaba «enfermo de violencia».
«La novela es un descenso a los infiernos», explica Montoya, un viaje a las entrañas más oscuras de una ciudad que se vende actualmente como «un ave fénix», pero que esconde un pasado tremendamente violento.
El libro, la sexta novela publicada del autor de «Los derrotados» o «Tríptico de la infamia», «propone también una solución o una voz esperanzadora», una «reconciliación» con esta ciudad a un precio muy alto.
MEDELLÍN, UNA CIUDAD CON LAS ENTRAÑAS QUEMADAS
«Medellín pasó por una época muy dura, que yo registro en la novela, a la ciudad se le quemaron las entrañas», califica el autor. Pero ahora se vende como «un milagro» que dejó atrás los oscuros tiempos de Escobar y las guerrillas.
Actualmente el escenario de la novela, «La comuna», es «una comunidad pacificada y vigilada por grupos paramilitares, sin duda alguna, porque el paramilitarismo se legalizó en Medellín», asevera Montoya, quien culpa a los empresarios, a las autoridades y a la sociedad que «aprobó ese modelo de seguridad privada que tenemos en esta ciudad».
La Operación Orión fue una gesta militar muy aplaudida, pero que el autor resignifica como «una operación sucia, vil, completamente agresiva contra la ciudadanía sobre todo de estos sectores populares».
«UN PAÍS AMNÉSICO»
El costo, el precio final del que habla Montoya, son los muertos. Tulio Andrés Acevedo, Hermenegildo Octavio Mejía o Carlos Emilio González, como los llama Montoya, jóvenes e incluso niños que «no fueron guerrilleros, ni milicianos, ni paramilitares, ni narcotraficantes, ni miembros de bandas criminales, ni policías, ni soldados».
«Fueron gente humilde que cayeron en el magma de las confrontaciones», como escribe en «La sombra de Orión».
Víctimas de «un país enfermo que se ha acomodado a la enfermedad», un «país anómalo», que «se ha acostumbrado a esa impunidad grosera y fatídica».
«Una democracia que está cimentada sobre más de 100.000 desaparecidos, sobre 6.000 falsos positivos, sobre varios exterminios políticos es una democracia completamente fallida me parece a mí», subraya, de forma pesimista, el escritor, a quien no le faltan adjetivos para apodar a su país: «malogrado», «anómalo», «enfermo», «amnésico»…
«Yo no sé cómo vamos a hacer como sociedad para resolver ese problema de la desaparición forzosa», comenta frustrado.
¿Convertir La Escombrera en un camposanto? ¿Y también el río Magdalena? ¿Y el río Cauca? ¿Convertir todas estas fosas comunes en lugares de culto y homenaje? ¿O quizás hacer «un rito colectivo» que llame a la sanación como hace el protagonista en el libro?, se pregunta y propone.
Pero para el autor lo que «es fundamental es que como colectividad hagamos una exhumación no sé si ritual o simbólica porque no podemos seguir con esos muertos».
Irene Escudero