Cali (Colombia), 12 may (EFE).- Ubicado en una ladera, con muchos callejones sin salida y una historia de violencia y pobreza, Siloé, uno de los barrios de la ciudad colombiana de Cali, ha puesto mucho de los muertos de los 14 días de protestas en Colombia, jóvenes de esta comuna que es imagen de la dejadez estatal y el desamparo.
Avergonzado, Juan Pablo, un joven de este barrio caleño, extrae de un maletín pequeño un teléfono celular. La pantalla está negra, con tantas fracturas que a simple vista parece imposible contarlas.
En ese equipo debería recibir clases de mecánica industrial con el Servicio Nacional de Aprendizaje, que imparte educación técnica gratuita en todo Colombia, pero si tuviera otro teléfono tampoco estaría estudiando; donde vive, en lo alto de la loma, no hay señal de internet. Y si llegara, no tendría cómo pagar el servicio.
RETAZOS DE POBREZA
Según la ONG local Cali Cómo Vamos, la Comuna 20 (que reúne a once barrios, entre ellos Siloé) de esta ciudad, la tercera más importante de Colombia, tuvo en 2020 un índice de pobreza multidimensional que alcanzó el 23 %. Es decir, sus habitantes no tienen condiciones óptimas ni en educación, ni en salud, ni en trabajo, ni en acceso a servicios públicos, ni en vivienda.
Cali ocupa el cuarto lugar de pobreza en todo el territorio nacional, según el Departamento Nacional de Estadística, y Siloé es uno de los barrios que lo reflejan.
La pobreza, acentuada en la pandemia, y el hastío con las políticas neoliberales del Gobierno son algunas de las razones que han sacado a decenas de miles de personas desde hace 14 días a las calles de Colombia, y, muy especialmente, a las de Cali.
La Defensoría del Pueblo ha recibido el reporte de 42 muertos (41 civiles y 1 policía) durante las protestas y 168 personas dadas como desaparecidas continúan sin ser localizadas.
Barrios como Siloé, fundado por campesinos desplazados por la violencia, o el renombrado «Puerto Resistencia», hogar de población afrocolombiana desplazada del Pacífico, han puesto la cara -y los muertos- a estas protestas.
NOCHES DE VIOLENCIA
A pesar de que las protestas han disminuido en intensidad -y violencia- en el transcurso de los días, Siloé sigue sitiado por la Policía, y el barrio sigue en pie, luchando de forma colectiva y con el miedo de que lleguen la noche, donde los episodios más brutales de violencia policial y delincuencia se dan.
Juan Pablo está sentado en un andén con dos muletas a cuestas. Guarda de nuevo su teléfono mientras inspecciona con la mirada a un grupo de jóvenes que juega con la pelota en la mitad de la calle.
La tarde anterior, en ese mismo lugar, este muchacho de 17 años recibió un balazo en la pierna izquierda luego de enfrentamientos con la Policía.
Ni él ni los otros tres heridos que dejó la arremetida están en los libros de las autoridades locales. Juan Pablo no fue atendido en una institución de salud por temor a ser judicializado por «vándalo o terrorista». «Soy un estudiante que quiere un mejor país», enfatiza a Efe.
Siloé ha puesto 8 de los 50 homicidios (no todos ellos relacionados con las protestas) reportados a la Policía de Cali entre el 28 de abril y el 11 de mayo, los mismos días que permanece viva la protesta cuyo objetivo era tumbar la ya extinta reforma fiscal propuesta por el Gobierno de Iván Duque.
El Paro Nacional ya logró ese cometido, también la salida de su artífice, el ex ministro de Hacienda Alberto Carrasquilla, y este martes, un nuevo anuncio del Ejecutivo de dar educación gratuita a estratos 1, 2 y 3 (donde vive la población más pobre) en el segundo semestre de 2021 en todas las instituciones de educación superior púbica del país.
SEGUIR EN PIE
En Siloé dicen que mantendrán el bloqueo, que van a hacer respetar a sus muertos porque las autoridades reportan ocho, pero «lo cierto» es que esa cifra solo corresponde a lo que ocurrió el primer día de horror: «La noche del 3 de mayo nos mataron a siete vecinos. Todos estaban en resistencia. Desde entonces, la Policía viene todas las noches a meter terror», dice a Efe Carlos, uno de los líderes de la movilización.
Los nombres están estampados en un grafiti que hicieron en la fachada de un local comercial: Kevin, Andrés, Nelson, Harold, Carabalí, Alejandro. También hay perforaciones con armas de fuego, que, explican, son obra de la fuerza pública.
«No son disparos de goma, como dicen ellos; son balas de verdad», relata Carlos mientras exhibe como prueba los casquillos de lo que sería munición de fusiles de asalto, prohibida para su uso en manifestaciones, pero que varias organizaciones sociales ya han documentado su uso durante estas protestas.
En memoria de las víctimas, los vecinos de Siloé se reunieron en la tarde del martes para preguntar, a través del arte, «¿quién los mató?». Pintaron en la vía pública las siluetas de los muertos, ocho jóvenes se vistieron de negro, simularon bañarse en sangre, cubrieron sus ojos, y aparentaron desenterrar la memoria de sus muertos mientras de fondo sonaba una canción que lleva el nombre de la «performance» y es insigne de la violencia que abraza al país.
LAS «FRONTERAS INVISIBLES» DEL BARRIO
Los casi 95.000 habitantes que tiene la Comuna 20 también han sido víctimas históricas de los grupos de delincuencia común -que serían unos 30- y que propició lo que algunos llaman fronteras invisibles y no son más que calles vedadas para los habitantes del sector adverso.
Por eso y porque según las autoridades en la parte alta de esa zona atacan con fusil las milicias de la guerrilla del ELN, es que proceden como lo hacen.
Desde que se inició la huelga nacional esas barreras imaginarias se han derribado. Ahora ebulle la solidaridad entre vecinos, pandilleros, líderes deportivos, culturales, comerciantes, que convergen en la glorieta de Siloé para hacerle resistencia a la policía y al Estado que les ha negado «un mejor futuro».
Lina Marcela Gallego, otra líder, administra la fila de una olla (almuerzo) comunitaria donde a las dos de la tarde ya habían repartido 150 platos de comida. Los ingredientes fueron donados por vecinos y propietarios de establecimientos mayoristas.
«Hay una cantidad de jóvenes que no saben qué es la reforma a la salud y tampoco la reforma tributaria, pero están aquí porque quieren ser escuchados, tienen hambre, rabia por la exclusión», reconoce la mujer.
Juan Pablo sentencia que sí sabe por qué permanece en ese mismo lugar, bajo el sol, soportando armas aturdidoras, gases, el sol: «Queremos cambiar la historia de las malas decisiones que tomaron nuestros padres».
«Madre, no llegaré a la hora de la cena, aparecí en un lugar que no era mi hogar, sé que ven mi cuerpo, que me están llorando». En la glorieta resuenan los versos de la canción ‘¿Quién los mató?’, mientras decenas de personas de la Comuna 20 de Cali mantienen, un día más, lo que ellos llaman, su resistencia.
Jessica Villamil Muñoz