Montevideo, 15 nov (EFE).- Trabajar en Uruguay es cosa de mayores. O al menos eso demuestra la realidad del mercado que presenta numerosas barreras para acceder a un empleo y trabajos precarizados para los jóvenes, de los cuales un 69 % no llega a los 25.000 pesos mensuales (unos 555 dólares).
Este «problema estructural», como lo definen las autoridades del país, no es nuevo, lleva décadas en la órbita de una nación envejecida y con jóvenes que buscan hasta el cansancio o soportan salarios extremadamente bajos por el simple hecho de acumular experiencia.
La frustración por «sentirse limitado» o pensar que se estudió una carrera universitaria sin sentido junto a la imposibilidad de ser completamente independientes son solo algunas de las sensaciones que relatan a Efe Camila de León y Claudia Salvetti, dos jóvenes de 24 y 20 años, respectivamente.
El Instituto Cuesta Duarte presentó recientemente el estudio «Impacto de la pandemia en el mercado de trabajo y la nueva ley de promoción de empleo», que refleja que la tasa de desempleo de jóvenes menores de 25 años fue de 35,5 % en el último trimestre de 2020, mientras que de 25 en adelante fue de 7 %.
A ello se le suma que 69 % de ellos (82.576 jóvenes) tienen remuneraciones inferiores a 25.000 pesos (unos 555 dólares).
UNA REALIDAD «TREMENDA»
«Es escandaloso». Así define a Efe el ministro de Trabajo y Seguridad Social de Uruguay, Pablo Mieres, la situación laboral de los jóvenes de esta franja etaria y enfatiza que los niveles de desempleo son «tres veces más» que el conjunto de la población.
«No es de ahora, no es de la emergencia sanitaria, lamentablemente es histórico, es estructural y viene de varias décadas atrás. Uruguay es uno de los países de América Latina con tasas de desempleo juvenil más altas», reconoce.
Para intentar paliar esta situación, Mieres señala la ley de promoción de empleo aprobada recientemente, que concede un subsidio a las empresas que contraten a menores de 25 años, a las que se exonera de aportes patronales si los mantiene con trabajo hasta esa edad.
«Tenemos una sociedad envejecida, con pocos jóvenes, una parte importante deserta del sistema educativo temprano y, además, les cuesta conseguir empleo, ese es el peor de los mundos, es una realidad tremenda», subraya.
El director del Instituto Nacional de la Juventud (INJU), Felipe Paullier, dice a Efe que los jóvenes quieren trabajar y que esta dificultad no se soluciona «con una medida concreta», ya que los problemas «están de fondo».
«Implica hacer una batalla a varios frentes», admite, y destaca algunos programas ya en vigor como «Yo estudio y trabajo», que apunta a dar una primera oportunidad laboral.
Sin embargo, Salvetti y De León señalan que el problema de estos está en sus pocos cupos y que no consiguieron una oportunidad laboral.
«¿DÓNDE ESTÁ EL TRABAJO QUE SIEMPRE SOÑÉ?»
Los jóvenes suelen estar en el ojo de la tormenta. Se dice que están perdidos, que no se involucran en causas importantes o que no quieren progresar. En Uruguay las oportunidades son pocas; las ganas de trabajar, muchas; y el salario, efímero.
Las dos jóvenes que hablan con Efe son de Paysandú (noroeste) y San José (suroeste), respectivamente, por lo que vivir en Montevideo acarrea más gastos.
Salvetti estudia Bioquímica y trabaja en un museo. No llegó allí por entregar su currículum, sino por recomendación y percibe un sueldo que no le alcanza para pagar el alquiler. «Sigo necesitando ayuda de mis padres», cuenta.
Encontrar esta oportunidad le costó. Pese a tener solo 20 años, en todas partes —desde una librería hasta una pizzería— le pedían experiencia laboral.
«Te sentís limitada. Yo, por suerte, no la precisaba para poder subsistir, pero me pongo en el lugar de alguien que para venirse a estudiar tiene que venir con un trabajo siendo un gurí (chico) de 18 años sin experiencia laboral y me imagino que se debe sentir muy limitante», subraya.
De León, pese a ser licenciada en Educación Física, siente que las oportunidades le son esquivas y el salario no le alcanza. Con un título y dos trabajos, percibe 25.000 pesos mensuales y también necesita ayuda de sus padres para pagar la renta.
La impotencia por no sentirse valorados, la sensación de inferioridad y de tener que ir «de lugar en lugar» hasta encajar son algunas de las cosas que describen las jóvenes.
«Me pasó que me recibí (licencié), tenía el título en mi casa colgado y decía: ‘¿y ahora qué?. Esto no me da nada. ¿Dónde está el trabajo que siempre soñé?'», concluye.
Federico Anfitti