San Vicente de Chucurí (Colombia), 27 nov (EFE).- Las mujeres de la región del Magdalena Medio, en el centro de Colombia, se cansaron de la violencia guerrillera y paramilitar y encontraron en los cultivos de palma de aceite una tabla de salvación para cambiar su vida y la de sus familias.
Ese es el caso de Yamile Parra, que a sus 50 años recién cumplidos es un faro para otras mujeres de varios caseríos de la localidad de San Vicente de Chucurí, en el departamento de Santander.
Parra, que se protege del sol con una gorra, recuerda que llegó a la región hace más de 20 años «sin un peso pero con ganas de salir adelante». Ella nació en el vecino departamento de Boyacá, pero allá «no había mucho que hacer», afirma.
El cultivo de palma de aceite es el de mayor extensión en Colombia con casi 600.000 hectáreas. Hay cerca de 7.000 productores de los cuales el 72 % lo son a pequeña escala, es decir con menos de 20 hectáreas, aunque en promedio los pequeños tienen 8,6.
Según la Federación Nacional de Cultivadores de Palma de Aceite (Fedepalma), el 31 % de los productores son mujeres.
De jornalera a empleadora
«Mi familia gira alrededor de la palma. Comencé en 2012 con unas hectáreas que yo misma administro. Me encargo de todo, de contratar a los trabajadores, compro los abonos, vendo el fruto. Mi esposo, que también tiene otras hectáreas hace lo de él y me apoya en todo», relata la mujer, que tuvo seis hijos, de los cuales cuatro ya terminaron la universidad y dos están en secundaria.
Parra cuenta que su vida ha ido cambiando y la palanca ha sido el trabajo. «Cuando llegamos a San Vicente mi esposo y yo éramos jornaleros. Apenas salía el sol íbamos a las fincas a trabajar quitando maleza, sembrando, cuidando vacas, cabras, ovejas, gallinas, en fin…».
«Lo que ahorramos no alcanzó sino para la cuota inicial de un terreno. El resto lo pagamos con trabajo. Yo echaba azadón, pala, machete y también cuidaba de los hijos que iban llegando», recuerda.
Ya dueños de la tierra sembraron palma de aceite y esperaron más de dos años para vender su primera cosecha.
«Hoy me siento empoderada: Manejo dinero, mi opinión es tenida en cuenta y lo mejor es que pasamos de ser jornaleros a generadores de empleo formal», dice orgullosa y recuerda que eso le ha permitido ayudar a otras mujeres de la región.
La planta procesadora, otro logro
Yamile Parra no se contentó con ser dueña de su tierra sino que impulsó con otros campesinos la construcción de una planta extractora de aceite de palma, que nació en 2015 como Aceites del Magdalena Medio (AMM).
«Acá las mujeres y los hombres trabajamos parejo. Todos lijábamos tubos, cargábamos materiales, pero lo más grave es que hubo momentos en que unos asociados no pudieron pagar las obligaciones bancarias y por eso no hubo más créditos», narra.
Fue necesario recurrir a abogados y conseguir dinero fue más costoso pero «finalmente se pudo levantar la planta en la que damos trabajo a otras personas», explica.
El palmicultor Fredy Ramírez, que hace parte de la junta de la compañía, explica que 600 productores llevan el fruto a la planta. Atrás quedaron los tiempos en que les tocaba esperar que otras procesadoras les recibieran el fruto.
«No teníamos injerencia en nada, los precios que nos pagaban por el fruto eran bajos, nos ponían a esperar», detalla.
Hoy es diferente: «Nuestra planta puede procesar 20 toneladas de fruta por hora y no estamos operando al ciento por ciento. Nos falta fruta».
Además de procesar la fruta de la que sacan el aceite de palma, también le dan valor agregado a lo que antes eran «residuos» y que ahora transforman en alimento para ganado y aves.
Políticas para la mujer
Para empoderar a las mujeres, Fedepalma desarrolla una política enfocada en «la mujer palmera y su rol en la cadena».
«Es de suma importancia reconocer y hacer visible a la mujer palmera. Hay que generar más y mayores liderazgos en el sector», asegura el director de Planeación Sectorial y Desarrollo Sostenible de Fedepalma, Andrés Felipe García.
El ejecutivo recuerda que la mujer «es el ancla de la familia» y que en esa dirección es vital construir políticas «con ellas y para ellas».
En ese sector, explica García, es claro que necesitan horarios flexibles, dotaciones (uniformes) distintas, baterías sanitarias, «cosas que parecerían triviales pero que son fundamentales para la mujer».
«Ellas son ejes de la transformación y cohesión en los territorios», recuerda al exaltar el valor de la mujer en el cultivo de la palma.
Ovidio Castro Medina