ANÁLISIS
El 1 de octubre de 1949, el Partido Comunista tomaba el poder en China, dando lugar a Mao Zedong anunciando el nacimiento de la nueva nación: la República Popular de China.
Pero, a diferencia del comunismo soviético, este se iba a concentrar en la clase obrera, en especial en los campesinos. Y las acciones de estos -trabajadores, académicos y legisladores chinos- se combinaron y derivaron en consecuencias no intencionadas de la historia de la economía de China comunista.
En el nuevo milenio, la economía china ha mantenido su ímpetu de crecimiento y se ha vuelto más integrada con la economía global. Un ejemplo fue su incorporación a la Organización Mundial del Comercio (OMC), en el 2001.
Se debe aclarar que la China del siglo XXI es capitalista en muchos aspectos, luego de la transformación política más radical del siglo XX, en donde se eliminó prácticamente la propiedad privada de los medios de producción. Aún el Partido Comunista Chino tiene el monopolio del poder y todavía es abiertamente socialista, pero con características chinas.
El Producto Interno Bruto (PIB) de China es solo superado por el de Estados Unidos, pero en términos de paridad de poder adquisitivo, es la nación más rica del mundo.
Se ha dado lugar a confusión en la izquierda sobre cómo caracterizar el estado actual de las cosas en ese país. China produce y exporta más que nadie, con más de 100 empresas dentro de las 500 corporaciones más grandes del mundo.
El Banco Mundial estima que más de 850 millones de chinos salieron de la pobreza luego de las reformas, ya que en su historia este país no tenía desarrollo.
China se modernizó y hoy domina muchos sectores como la fabricación de ropa, textiles, electrónica; y tiene un gigante tecnológico que es Huawei, líder en el desarrollo de 5G y la segunda fabricante de teléfonos celulares del mundo.
Desde el adorno de panoramas urbanos con las grandes empresas como Ferrari y Gucci, que brotan su presencia en todas las ciudades importantes, se tiene las intervenciones de Xi Jinping en defensa de la globalización y dando un papel decisivo al mercado en la asignación de recursos. Estas son señales de que el Estado está abrazando al capitalismo.
No obstante, sería un error confundir tales efectos del capitalismo con el capitalismo en sí.
Ocurre que el Estado chino empezó a operar por los intereses del capital. Igual que otro país capitalista, el Estado chino goza de una relativa autonomía, lo cual le causa un profundo cambio en el modo de gobernar el país.
Este pensamiento se manifiesta también en las políticas sobre los empleados y explica las grandes protestas en las últimas tres décadas, donde el país se ha convertido en el líder global de huelgas laborales no autorizadas. También la violencia del Estado se refleja en el control policial contra los trabajadores informales, donde desalojan a vendedores ambulantes, en ocasiones con métodos extremadamente coercitivos.
No hay duda de que la intervención del Estado chino tiene un impacto importante más que en los países capitalistas. Las empresas estatales representan entre el 23% y el 28% del PIB, con el fin de mejorar la eficiencia y generación de beneficios. Esto no es capitalista y es un componente necesario para este sistema. Todo el suelo urbano es propiedad del Estado.
En estos últimos cuarenta años de comunismo y capitalismo, China -con más de 1.400 millones de habitantes -se ha consolidado como la segunda economía mundial. Cabe destacar que el sector bancario de China demuestra fortalezas: el Banco Comercial e Industrial de China es la entidad bancaria con más activos del mundo.
Un último aspecto a tener en cuenta es la diplomacia del país, que goza de una gran influencia en África y Latinoamérica, y no cabe duda de que sus inversiones en estos continentes son fundamentales.