No es que no exista nada que rescatar del 2020, sino todo lo contrario.
Al reflexionar sobre este año, donde el tiempo se convirtió en una falacia y nos pasó a todos por encima, se puede decir que el 2020 queda en la historia como un testamento de nuestro comportamiento y, al mirar atrás, encontramos una serie de lecciones que pueden servirnos para afrontar lo que se viene de una manera mucho más sabia.
Como nunca antes, ahora vivimos rodeados de información de todo tipo, tanto certera como manipulada. Este año fuimos azotados con una plétora de noticias y muchas veces incluso nos cuestionamos la viabilidad del mundo en el que vivimos. ¿Es la situación sostenible? ¿Existe una luz al final del túnel? Y ahora que llegamos al final de otro año, queda un poco más claro que todo llega a su final, inclusive esta pandemia.
El año empezó como cualquier otro, salvo por los rumores de que existía un nuevo virus en una tierra lejana que podría ser letal para muchos, pero la lejanía actuó como escudo y muchos pensamos que no pasaría a más.
En más de una ocasión me vi sometida al hisopado y preguntándome a mí misma: ¿cómo es posible que un virus proveniente de China me ponga en esta situación, a miles de kilómetros del lugar de origen?
Al principio eran solamente 15 días de encierro, que luego se convirtieron en meses con las fronteras cerradas, cuarentenas obligatorias, aislamiento social de amigos y familiares, paranoia colectiva y, por sobre todo, la incertidumbre que venía de la mano de una situación considerada en muchas ocasiones, incluso por mi persona, sin precedentes.
En el ámbito local, hemos visto el mayor declive del producto interno bruto en décadas, con una caída del 6,5% en el segundo trimestre, un dólar que alcanzó altos históricos y una apreciación de hasta el 10% frente al guaraní.
Fuimos víctimas de injusticias y de una administración mediocre y egoísta, poblada de corrupción que una vez más puso intereses políticos frente al bienestar de la población, locales cerrados y centenares de personas sin idea de lo que el día siguiente les depararía.
Sin embargo, y a pesar de la clase política que nos gobierna, terminamos el año siendo el país con menor caída económica de la región, menor endeudamiento y con el mayor efecto rebote del 2021 (un 4,5% estimado). En síntesis, no fue un buen año, pero logramos mantenernos a flote y, a pesar de todo, tengo fe en que continuará de esa forma.
Es verdad que vivimos en un momento excepcional de la historia, pero a la vez, si hay algo que he aprendido mirando atrás es que no es la primera vez que hemos tenido que soportar cataclismos de esta semejanza.
A lo largo de la historia el mundo ha conocido pandemias, polarización, guerras y decadencias. Sin embargo, una y otra vez salimos victoriosos del otro lado, impulsados por la empatía y las ganas de vivir que nos caracteriza como raza humana. No vivamos ajenos al pasado, porque es la historia lo que nos permite crecer todos los días.
No hay que dejar el 2020 en el olvido, por más atractiva que sea la idea; porque como veo las cosas, este año dejó mucho escrito por sí mismo.
Llámenme idealista o soñadora, pero yo creo que existe la esperanza de un país mejor para todos, el Paraguay que merecemos, la tierra que ha visto sufrimiento y ha vivido la discriminación y, sin embargo, sigue creciendo a pesar de todo, porque son sus habitantes los que marcan la diferencia y se reúsan a tirar la toalla.
La esperanza es algo que cada uno lleva adentro y la ejercita visualizando lo que uno quiere, y trabajando por ello todos los días.
Aprendamos a exigir más, trabajemos en ser mejores, demandemos nuestros derechos y mantengamos los ojos y brazos abiertos para las oportunidades que vendrán con un nuevo año, en donde en lugar de ignorar y olvidar el pasado, esperemos por cosas mejores y no tiremos la toalla en la tierra que heredarán nuestros hijos.
Como muchas cosas antes, esto también pasará. El 2020 dejó bien en claro que no podemos seguir viviendo en la indiferencia, y espero que cuando el 2021 presente las oportunidades, no nos encuentre tibios y podamos responder al llamado.
La esperanza es esa cosa con plumas
que se posa en el alma,
y entona su melodía sin palabras,
y nunca se detiene del todo,
y la más dulce se escucha en el temporal;
y dolorosa debe ser la tormenta
que pueda abatir la avecilla
que a muchos mantuvo tibios.
La he escuchado en la tierra más fría,
y en el mar más extraño;
aunque, nunca, en el extremo,
me ha pedido alguna migaja.
Emily Dickinson