Tena (Ecuador), 9 sep (EFE).- Con sus finos dedos, Dayanara Ashanga acaricia unas vainas marrones que custodia en cajones, cada uno con su fecha, en una habitación bajo llave. Las masajea, las enrolla en un dedo para probar su elasticidad y, luego, las devuelve al cajón en una toalla enrollada.
«Es para que no se enfríen. ¡Si se secan ya no sirven!», proclama para justificar el cariño casi maternal que, día tras día, durante tres meses, vuelca en cada frazada.
El meticuloso ritual lo realiza esta joven kichwa, de 24 años, desde que entró a trabajar en 2018 en la asociación Kallari, una cooperativa de pequeños agricultores indígenas en la Amazonía ecuatoriana dedicada originalmente al cacao y la guayusa.
La Asociación, que cuenta hoy con 326 cooperativistas, fue creada hace dos décadas para potenciar la capacidad productora de las «chacras» (huertos) de la zona, y ha sido la primera en volcarse a la producción comercial de estas peculiares vainas que crecen silvestres por la Amazonía, sin que nadie reparara hasta ahora en su excepcional potencial de mercado.
CONSERVACIONISMO CONSTRUCTIVO
Y es que conocida como el nuevo «oro verde» de la Amazonía, por ser la segunda especia más cara después del azafrán, los pueblos amazónicos de Ecuador se han lanzado al cultivo de la vainilla como opción de sustento.
«Es una orquídea endémica de la zona. Hay unas 110 variedades pero una sola se está comercializando», explica a Efe Pablo Balarezo, coordinador del programa de Economías Resilientes en la Fundación Pachamama.
El programa busca vías de sustento para una población que emigra cada vez más a la ciudad por falta de oportunidades pero que, con las condiciones apropiadas, preferiría mantener su estilo de vida ancestral.
«No podemos dar un discurso de conservación del bosque sin ofrecer una alternativa económica a las comunidades», abunda sobre una opción, en principio ideal, que puede poner freno a otras que acaban deforestando o contaminando.
Y recalca que «los pueblos kichwas conocían esta planta» pero, a diferencia de otras en su gastronomía y farmacia naturalista, la vainilla «nunca la han sabido elaborar o darle un uso». Como mucho, en el último siglo, la introducían en bebidas alcohólicas para aromatizar.
EL NUEVO «ORO VERDE»
La curiosidad y el interés por esta vaina verde de más de 20 centímetros surgió hace unos diez años, cuando Bladimir Dahua, gerente de Kallari, asistía a una feria de cacao y unos clientes alemanes le preguntaron si no ofrecía también vainilla, componente esencial para el procesamiento del chocolate.
«Nosotros la comprábamos de Madagascar, pero descubrimos que existía en nuestras chacras, así que empezamos la investigación de la planta», recuerda.
Aunque originaria de Mesoamérica, donde los aztecas ofrecían su aroma a los dioses en una bebida a base de maíz y cacao, la vainilla crece hoy en regiones tropicales y subtropicales de América, Asia y África, y el principal productor del mundo, Madagascar, exporta más de 2.500 toneladas al año.
En el continente americano, México ha sido tradicionalmente su principal productor y donde aparentemente la conocieron los primeros colonizadores europeos, llevándola a Europa para deleite de la aristocracia.
Pero la amazónica, asegura Dahua con base en pruebas realizadas en Alemania, se distingue por su riqueza en vainillina, un 36 % en lugar de 20 %, ese polvo marrón oscuro que se extrae al abrir la vaina semidesecada.
Sirve de aderezo en chocolates, helados, gaseosas, infinidad de postres y la industria cosmética: «Su uso es masivo y la oferta muy limitada, de ahí su alto precio», puntualiza el gerente.
Un precio que, sin embargo, oscila dependiendo de las afectaciones del clima en las cosechas de sus principales productores, con un rango de 15 a 600 dólares en la última década.
Originaria de México aunque luego trasladada a otros confines, la especie más cultivada es la ‘vanilla planifolia’, si bien en Ecuador la que prolifera es la ‘vanilla odorata’, que crece de manera silvestre y de la que se están plantando los primeros cultivos.
El objetivo: entrar en el exclusivo mercado internacional y, sobre todo, crear una «cadena de valor» que beneficie al agricultor y a las comunidades indígenas sin perjudicar el medioambiente.
POLINIZAR A MANO
La Asociación paga a sus cooperativistas 35 dólares por kilo de vainas, unas 280 en bruto que, con su procesamiento, se ven reducidas en peso a una sexta parte, y que salen al mercado internacional por alrededor de 500, a precios actuales.
Su alto valor se desprende de la oferta y la demanda, pero también de la necesidad de polinizar a mano cada flor.
«Una abeja no logra romper la membrana de la flor para polinizarla. Por eso, hay que hacerlo con un palillo», explica Balarezo sobre una función en la que, dice, las mujeres son «ideales» por su «pulso más fino».
Pecularidad que sirve, además, para empoderar a la mujer en la tradicional sociedad indígena, en un programa que incluye las aristas de conservación y negocio justo.
Con una parcela de 15 hectáreas que él y sus hermanos heredaron de su padre, Kwiling Alvarado, del cantón de Santa Clara, en la provincia de Pastaza, es uno de los que se sumaron a la iniciativa.
«En la chacra cultivábamos yuca, caña, limones, naranjas, cacao, guayusa, ajos silvestres. Un día, por el aroma, encontré una planta ornamental, y quise que ese olor estuviera en todos mis árboles», recuerda a Efe.
Eso fue hace 20 años. Hoy, gracias al asesoramiento de Pachamama tiene dispersas más de mil plantas de vainilla en un imponente bosque privado plagado de arbustos y árboles, con un pequeño lago.
DOMESTICAR LA PLANTA
En su estado más silvestre, esta singular orquídea crece a la sombra de los árboles, sobre los que va trepando hasta alturas inimaginables, a veces, decenas de metros, lo que dificulta su cosecha.
Para materializar una opción comercial, los agricultores deben domesticar el cultivo, ya sea en espacios semisilvestres, como el caso de Alvarado, o invernaderos.
«Quise cultivar vainilla porque es originaria (una planta ancestral) y se da en cualquier tipo de suelo y bajo sombra», indicó otro agricultor, Felipe Grefa, más conocido como «Felipao», en el negocio desde 2014.
En su invernadero de la ciudad de Tena, cultiva actualmente unas 2.300 plantas, con dos o tres cosechas al año que le dan «nueve sacos de 70 u 80 libras», unos 306 kilos.
Levantó su plantación con unos 8.000 dólares de su jubilación como funcionario público, y desde entonces ingresa entre 10.000 y 11.000 dólares anuales, todo un capital en esta pauperizada zona de Ecuador.
LA COMBINACIÓN PERFECTA
En medio de un encharcado invernadero, con gigantescas hormigas rojizas desfilando entre las plantas, explica que de cada nudo crecen unas ocho vainas, que él reduce a cinco para no «desnutrir» la planta y que el codiciado fruto crezca con calidad.
Dahua reconoce que este cultivo se encuentra aún en pañales y que los ingresos de su asociación dependen aún del cacao en un 90 %, pero el caso de «Felipao» es vivo ejemplo del potencial de una planta que, por ser endémica, no tiene «efecto invasor» en la Amazonía, no deforesta, no requiere mucho esfuerzo (en otros países sí) y los pueblos ancestrales sienten además una vinculación con ella.
Una combinación perfecta que, sumada al alto precio y la creciente demanda, convierte a la vainilla en el nuevo «oro verde de la Amazonía».