Ya a finales del año pasado, se empezaba a vaticinar que la falta de lluvias sería un problema para la primera parte del 2022, y efectivamente el fenómeno de La Niña terminó por golpear duramente la producción agrícola en general; y la sojera, en particular. La merma de la producción generará una caída en las exportaciones y distintos analistas y entidades ya recortan sus proyecciones para el crecimiento económico del año.
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El entorno externo actual recuerda un poco al año 2019, cuando la guerra comercial entre Estados Unidos y China generaba estragos en la geopolítica y en la economía mundial, con la incertidumbre. El dólar se comenzaba a encarecer y en Paraguay, al igual que siempre, se esperaba que el clima acompañara para poder cerrar un año no tan malo, que terminó con una variación del producto interno bruto (PIB) casi “en empate”.
El 2020 fue un buen año para el campo, con los precios de materias primas a nivel elevado que capearon alguna merma en la producción, al igual que gran parte del 2021, y el sector primario -a diferencia del resto de la economía- no se vio resentido por la pandemia. Pero en toda esta secuencia hay un factor común: la dependencia del arbitrio del clima para esperar un cierre de año con crecimiento económico.
Y es que, acaso, la exportación de granos vírgenes de soja es, desde hace ya varios años, la principal fuente de divisas para nuestro país. Aunque el sector de servicios sea en proporción del PIB más grande que el del campo, para una economía bimonetaria como la nuestra resulta fundamental el ingreso orgánico de dólares por medio de las exportaciones.
Y el problema es claro: una matriz de exportaciones absolutamente climadependiente, que hace que la economía paraguaya esté en una permanente incertidumbre para saber si la lluvia caerá en tiempo oportuno de modo a que los granos de soja -y de otras cosechas- puedan desarrollarse como deberían.
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No hay nada malo en producir alimentos, y tampoco en exportar materias primas -en principio-. El problema radica en la dependencia absoluta a las ventas de un solo producto agrícola y sin valor agregado como fuente de divisas para sostener el tipo de cambio y, en consecuencia, la economía en su conjunto, ya que un dólar demasiado elevado supone una fuerte presión inflacionaria por la vía de los productos importados.
Y es que claramente está pendiente en el Paraguay una matriz productiva diferente, con plataformas de inversión en la industria que puedan diversificar las exportaciones del país para dejar de depender de un solo rubro. Si acaso alguien mencionara aquella idea de que nuestro país está ya tarde para ingresar al proceso industrial del mundo, pues entonces será necesario apuntar hacia la exportación de servicios, como es el claro ejemplo de un país cercano: el Uruguay.
De una forma o de otra, la inversión en educación será necesaria como una política de Estado a largo plazo enfocada en resultados específicos por medio de la evidencia y los números. En algún momento, el país tendrá que dejar de depender del clima para la producción agrícola como única fuente de ingreso de divisas.
En esta materia no se han visto grandes cambios o avances a lo largo de las últimas décadas. Y sí, este año, el clima nos volvió a complicar… y no aprendemos.
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